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DE CERCA

El orden dentro del desorden

En mis clases de arte contemporáneo conocí la historia de Tracey Emin, una artista británica que en 1999 presentó al mundo una obra impactante: Una cama desordenada. En ella, había desde ropa, cigarrillos, pañuelos, botellas de vodka… Todo el conjunto, lejos de ser estético o atractivo, representaba un drama personal. Según la autora, ‘ese momento que cualquier persona puede pasar cuando su vida afectiva va a la deriva’. Esa pintura, titulada “My Bed”, fue finalista del premio Turner, y en el 2014, la casa Christie’s, de Londres, subastó la composición por 2.5 millones de libras.

La propia artista, tras el revuelo causado por la subasta, explicó que ella misma suele trabajar de forma habitual en ese tipo de entornos, igual de desordenados, porque el desorden, para ella, es el germen de la creatividad.

Popularmente, por años, se han relacionado los términos creatividad y desorden, al juzgar por este ejemplo, tiene algo de cierto el planteamiento.

Para una persona como yo, que entiende que cada cosa debe estar en su lugar, me resultó asombrosa la valoración de la pintura. Para mí es casi imposible pensar que en ocasiones, un entorno desordenado genere que la mente se libere de preconceptos para crear nuevas ideas. Estoy en el grupo de quienes planifican por completo el día, y hasta la semana; nunca pierde las llaves o el celular, la cartera parece una gaveta de escritorio, anota todos los pendientes y prefiere espacios limpios y organizados para trabajar, estudiar o descansar.

¡Me agobia el desorden! Muchos piensan que esta práctica impide vivir de forma relajada y fluida. Algunos especialistas de la conducta humana sostienen que personas ‘muy organizadas’ suelen ser perfeccionistas, le huyen a la improvisación y tienen poco sentido del humor. Quienes me conocen de cerca sabrán que algo de cierto tiene este esbozo. No sé manejarme con el desorden, me genera pérdida de tiempo y productividad. Será porque a lo largo de nuestra vida se nos ha inculcado la necesidad de ser cuidadosos, porque el orden es sinónimo de control y, a su vez, propicia cierta sensación de limpieza y seguridad. Todo esto no deja de ser cierto; no obstante, confieso que conozco personas sumamente desordenadas que logran tener equilibrio y éxito en su vida personal y profesional. En ocasiones el desorden que uno mismo propicia, que entiende y que le es familiar, no generará ningún estrés. Mi hijo, que es publicista, por ejemplo, no parece conocer el concepto ‘en completo orden’, su habitación parece, literalmente, un campo de batalla. Un escritorio saturado de libros, zapatos en el piso, una pizarra llena de notas de diferentes colores… es parte de su día, y es como si viviéramos en polos opuestos, lo que me confirma que la organización no es hereditaria. Según sostiene, existen estudios que prueban que los escritorios desordenados son los mejores a la hora de realizar trabajos creativos, ya que los espacios demasiado organizados limitan la habilidad para innovar y encontrar soluciones. Desde pequeños se nos enseña que lo ideal es el orden y que es algo que debemos asegurarnos de mantener. Lógicamente todos los extremos son negativos, es bueno saber cuál es el límite. El periodista John Haltiwanger defiende a los desordenados en un artículo en ‘Elite Daily’. Él dice que “no hay ninguna conexión entre tener desorden en la oficina y en la casa, con el hecho de tener desorden en la cabeza”. Propicio el orden y la organización, pero soy bastante flexible para entender que el desorden que se elige, que se controla y no aturde, lejos de ser un disturbio, es una solución para una mente que se identifica con sus recursos. Sin embargo, a quienes siempre están a mi lado, les agradezco infinitamente que mantengan su área ordenada.

¡Hasta el lunes!

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