DE CERCA

¿Y en tu corazón, también resucitó?

Para quienes hemos crecido en el mundo cristiano la solemnidad de la resurrección de Jesucristo es una importante festividad. Este hecho constituye el núcleo y el corazón de toda la fe cristiana y la creencia fundamental de la vida de la Iglesia Católica.

Para los creyentes la Pascua tiene en el fondo un mensaje de vida, de paz y de esperanza. “La Muerte y Resurrección de Cristo son el corazón de nuestra fe”, ha dicho el Papa Francisco. “Y esto nos lleva a vivir con más confianza la realidad cotidiana, a afrontarla con coraje y compromiso. La resurrección de Cristo es nuestra fuerza”.

¡Y es verdad! De adolescente recuerdo cómo las visitas “obligadas” a la iglesia en los días de Semana Santa tenían un poder renovador y sanador para mí. Muchas veces acudí cargada de preocupaciones, confusiones y lamentos propios de la pubertad, y sentía que aquel mensaje, que tanto me oponía a escuchar, estaba redactado con las palabras que yo necesitaba interiorizar. Gracias a la bendición de tener una familia que fomentaba los valores cristianos tuve la oportunidad de disfrutar de la alegría de saber que Jesús está vivo. Cada día estoy más convencida de que la paz que Jesús regaló a sus discípulos la compartió con nosotros y es una ofrenda maravillosa que tenemos que cuidar porque se puede perder sin nos dejamos envolver en las vueltas del camino, si olvidamos cuál es nuestro propósito en la vida. La paz que proporciona Jesús es profunda y personal. Es la paz del corazón, es la armonía de los hombres consigo mismos, es el triunfo de la verdad, de la justicia, del perdón y la reconciliación. Hace unos días leí una frase que me gustó tanto que la compartí en las redes sociales: “El que es feliz y está en paz, se le nota. No critica, no envidia, no juzga, no busca pelea y no le interesa ser el centro de atención”. Y es que de la paz básica e interior brota la paz social. A menudo escucho personas que piden orar por la paz de nuestro país y del mundo, pero muy poco por la paz de los corazones, olvidando que ahí es donde se gestan las acciones pacíficas y las acciones violentas; donde nace la justicia, el respeto y el amor, pero también la injusticia, el odio, el rencor, la deshonestidad y la envidia.

Ojalá que pasada la Semana Santa seamos muchos los que hayamos decidido acoger el espíritu de Jesús en nuestro corazón para que nos guíe hacia la verdad plena. Así iremos convirtiéndonos, poco a poco, en instrumentos de su paz, constructores de concordia en medio de nuestra familia, en el entorno social en el que nos desenvolvemos y en el mundo en que vivimos. Vivir la nueva vida que propone Jesús Resucitado es mantenernos en la conciencia de que Dios está presente en nuestro ser, y que todo lo que pensamos, decimos y hacemos debe conducirnos a Él. Ser verdaderos y justos en todo lo que hacemos y decimos; pensar y actuar con solidaridad, misericordia y compasión, para que con nuestras palabras y acciones de cada día seamos profetas de la humildad y del servicio. Ojalá que antes de hablar y juzgar empecemos a hacer el ejercicio de pensar si laceramos a nuestro prójimo, así empezaremos a construir la paz.

¡Hasta el lunes!

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