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Francisco clama contra la guerra en visita al RDCongo

El papa Francisco se reúne con las víctimas de la violencia en  el Congo, en la Nunciatura Apostólica en Kinshasa. AP

El papa Francisco se reúne con las víctimas de la violencia en el Congo, en la Nunciatura Apostólica en Kinshasa. AP

El papa Francisco clamó ayer miércoles contra “las crueles atrocidades” de la guerra en República Democrática del Congo, en el segundo día de su visita a este país africano, donde celebró una misa multitudinaria.

El pontífice argentino, de 86 años, expresó en Kinshasa, la capital, su indignación ante la “explotación ilegal de los bienes de este país y el sacrificio cruento de víctimas inocentes” de la guerra.

La región oriental del país con más católicos de África es escenario de violencias entre decenas de grupos armados. Desde finales de 2021, rebeldes del M23 han tomado partes de la provincia de Kivu del Norte.

Los enfrentamientos han dejado cientos de miles de muertos y millones de desplazados.

“Dirijo un vehemente llamado a todas las personas, a todas las entidades, internas y externas, que manejan los hilos de la guerra en la República Democrática del Congo, depredándola, flagelándola y desestabilizándola”, dijo el papa.

“¡Basta! ¡Basta de enriquecerse a costa de los más débiles, basta de enriquecerse con recursos y dinero manchado de sangre!”, clamó.

Pese a sus cuantiosas reservas minerales, la RDC es uno de los países más pobres del mundo, con casi dos tercios de su población con ingresos inferiores a 2,15 dólares por día, según el Banco Mundial.

Francisco tenía inicialmente previsto viajar a Goma, capital de la provincia de Kivu del Norte, pero la cita fue anulada por razones de seguridad.

Violencia inhumana

“He visto la salvajería: gente troceada como pedazos de carne en una carnicería, mujeres destripadas, hombres decapitados”, escribió Désiré Dhetsina, actualmente declarado desaparecido, en un testimonio escrito hace unos meses.

Emelda M’karhungulu, por su parte, contó al papa los “maltratos” que padeció durante tres meses en los que se vio reducida a la condición de “esclava sexual”.

“A veces, mezclaban cabezas de personas con carne de animales. Era nuestra alimentación cotidiana”, refirió.