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Incomprensión y cólera tras matanza escolar en la ciudad texana de Uvalde

un chico de 18 años, irrumpió en la escuela primaria Robb con dos fusiles de asalto, se encerró en un aula y abrió fuego contra dos profesores y 19 alumnos

Archivo LD

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Decenas de personas acudieron este miércoles a una pequeña iglesia de Uvalde (Texas) para rezar por los 19 niños y dos adultos que murieron la víspera en un tiroteo perpetrado por un adolescente en una escuela primaria de la localidad.

Esa ciudad de unos 15.000 habitantes, situada a 80 km de México, era hasta hace unas horas uno de esos típicos lugares de Estados Unidos sin historia. Un trazado de calles perpendiculares y paralelas salpicado de centros comerciales, gasolineras y cadenas de comida rápida.

Pero el martes cerca del mediodía, Salvador Ramos, un chico de 18 años, irrumpió en la escuela primaria Robb con dos fusiles de asalto, se encerró en un aula y abrió fuego contra dos profesores y 19 alumnos, antes de ser abatido por la policía.

La matanza, la peor en un colegio del país desde hace una década, sacudió una localidad tranquila y la sumió en una mezcla de incomprensión y cólera.

Aida Hernandez llora al salir de la iglesia del Sagrado Corazón, un edificio sencillo de ladrillos grises, situado junto a la carretera principal de Uvalde.

"He sentido horror y dolor. Conocía a las víctimas. Sigo conmocionada", dice esa profesora que trabajó en la escuela Robb hasta que se jubiló hace dos años.

"Rezo por todos", añade esa habitante de la ciudad, que rinde homenaje a los dos profesores fallecidos en el ataque. "Cuando uno enseña en un aula, es su trabajo proteger a los niños, y ellos lo hicieron más allá de lo que se esperaba de ellos", asegura.

"Demasiadas veces"

A pocos metros de ahí, Rosie Buantel está harta de que los tiroteos se repitan una y otra vez en Estados Unidos. "Estoy triste y enfadada con nuestro gobierno por no hacer más para controlar las armas", dice tras salir de la misa.

"Hemos pasado por esto demasiadas veces, y no se hace nada, se sigue debatiendo", asegura.

Eddie, un vecino de Uvalde que no quiere dar su apellido, también se muestra indignado por la matanza del martes. "He venido a rendir homenaje y también a presionar por un cambio de leyes para que las pistolas no acaben en manos de los niños", dice tras depositar unas flores cerca de la escuela Robb, cercada por la policía.

En una ciudad conmocionada, que este miércoles pareció despertar a cámara lenta, decenas de personas se han reunido en un centro municipal donde reciben apoyo psicológico.

La víspera, varios familiares y amigos de las víctimas del ataque tuvieron que esperar durante horas para saber qué les había ocurrido a sus seres queridos.

Delante del centro municipal, bajo el calor del mediodía texano, grupos de adultos y niños charlan, entran y salen, ante la mirada de numerosos policías.

La psicóloga voluntaria Iveth Pacheco ha viajado desde San Antonio, a unos 120 km al este de Uvalde, para brindar su apoyo a quienes lo necesiten.

"Es una de esas situaciones en las que uno sólo debe estar presente", explica. "Hay que estar listos para el niño ante cualquier pregunta que tenga. Y lo mismo ocurre con los adultos".

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