"¡Fotos no!": Un ensayo visual de Haití
HAITÍ NO ES UNA SOLA HISTORIA. SON MUCHAS HISTORIAS, QUE SE SUPERPONEN, QUE SE CRUZAN, Y AVANZAN HACIA FINALES VIOLENTOS
Haití no es una sola historia. Son muchas historias, que se superponen, que se cruzan, que avanzan de forma implacable hacia finales violentos y desgarradores.
Los ricos y los desesperadamente pobres. Los violentos y los violentados. De forma incómoda y a veces letal, comparten la mitad de una isla que es un imán para los desastres naturales.
El fotógrafo Roberto Abd, en colaboración con el reportero Alberto Arce, pasó cuatro semanas en Haití y se encontró con una colección caleidoscópica de imágenes, fragmentos de la vida en una tierra tumultuosa.
Desde el principio, pasaron días recorriendo en motocicleta las calles sucias y llenas de basura de los violentos vecindarios costeros de Cité Soleil, La Saline, Bel Air y Martissant.
Un sábado por la noche, tras una balacera entre la policía y una pandilla, Abd vio un cadáver tendido boca abajo en una calle mientras los transeúntes desviaban la mirada en una forma común de autodefensa: no ver el mal para salvarse.
Los peatones también se cubrían la cara en presencia de un fotógrafo. Abd aprendió rápidamente que la mayoría de los haitianos, especialmente los pobres, no querían ser fotografiados - no por un hombre blanco y, desde luego, no de forma gratuita.
“Fotos no. No hay dinero. No quiero fotos. No quiero verlo. No quiero hablar con usted”. Estas son frases que Abd escuchó una y otra vez.
Las medidas que le habían servido durante dos décadas de fotoperiodismo — pedir permiso, mostrar respeto y empatía — no iban a ser suficientes en Haití. Abd se encontró con una constante hostilidad, incluso violencia, hacia un hombre blanco con una cámara.
Por otra parte, Abd tuvo un acceso excepcional a las casas de la clase acomodada en Pétion-Ville, una comunidad en la cima de una colina con vistas a la bahía de Puerto Príncipe.
En el pasado eran reacios a mostrar sus rostros y su estilo de vida a los medios, pero ahora quieren ser vistos. Sienten que tienen algo que decir.
Tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse el pasado verano, muchos miembros de esa élite perdieron la esperanza y abandonaron la isla. Algunos se han quedado y siguen haciendo negocios.
“Una vez has invertido en un lugar y un centenar de trabajadores dependen de ti, ¿cómo te marchas? No hay vuelta atrás”, dijo uno de los que se quedaron.
En los densos jardines del restaurante La Reserve, las participantes en un certamen de belleza también quieren ser vistas.
Aspiran al título de Miss Haití para representar a su país en Miss Mundo. Ensayan en una pasarela, practican la elegancia protegidas de las pandillas por guardas armados que controlan el perímetro.
Los contrastes son impactantes.
En uno de sus últimos días en Haití, Abd viajó más allá de los últimos barrios marginales de Puerto Príncipe hasta un sitio previamente acordado al norte del aeropuerto, donde tres miembros de una banda salieron de detrás de una arboleda.
Con los rostros cubiertos por camisetas enrolladas, su desconfianza era tal que le pidieron que se levantase la camisa: no buscaban armas sino una cámara oculta.
Los pandilleros querían lanzar un mensaje: no es un orgullo ser un pistolero. No hay trabajo, no hay oportunidades. Si las hubiera, no harían lo que hacen.
Para esos jóvenes, los últimos en la fila, las pandillas son la única forma de trabajar en Haití, un país devorado por la pobreza.
Durante su estancia en Haití, Abd se movía con la mano en la cámara, pero antes incluso de que pudiera levantarla escuchaba un coro de “¡Fotos no!”.
Venía de la gente con la que hablaba y de quienes simplemente pasaban por allí. Muchos tampoco quisieron dar sus nombres. Considerarían dejarse tomar una foto por dinero, pero sin efectivo, no hay foto.
El mensaje era claro. ¿Por qué ayudarían a un periodista extranjero a ganar dinero con su imagen cuando tienen poco que comer? No tenían nada más que vender.
La frase estaba acompañada por un gesto: un dedo que cruzaba el cuello de izquierda a derecha, como un corte letal. Abd lo vio muchas veces. Y comprendió.
Puede ser una amenaza de muerte, pero también una declaración de necesidad, una indicación de que mientras el fotógrafo busca capturar el momento, la persona que ve por el visor tiene necesidades más básicas.
Y, por el momento, esa persona controla su propia historia.