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Papel higiénico, armas y Wall Street

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Ricardo TrottiNueva York, Estados Unidos

Pese a la tragedia por el coronavirus y sus víctimas, estas son mejores épocas, que cuando el mundo, con menos salud pública, salubridad, conciencia y comunicación se debatía entre la vida y la muerte por la peste bubónica, la amarilla, la española, entres tantas otras.

Son mejores épocas económicas también, pese a la malaria financiera que el coronavirus nos atrajo porque hemos perdido el trabajo o lo estamos a punto de perder y porque la mayoría de las empresas andan tambaleándose debido a las medidas de cuarentena. Mejor época porque esta crisis económica no es la misma que la del 2008, las del 2001, del 87 o la gran depresión del 29, donde las causas eran económicas.

Esto, claro, no exonera a los economistas y financistas actuales, que siendo de los mejores preparados del mundo y quienes siempre nos aconsejan para nuestra estabilidad futura, su inestabilidad emocional agrava la crisis en la que vivimos. De ahí que Wall Street parece montado en la Montaña del Espacio de Disneyworld, subiendo y bajando con vértigo y a oscuras. Ya Wall Street y el sistema bancario nos robaron los sueños en el 2008 y si siguen así los tendremos que condenar por robarnos en esta pandemia. Pregunto: ¿No podrá cerrarse Wall Street y las demás bolsas cuando existen estados de emergencia? ¡Que tengan también cuarentena! Sería más saludable. Ya está visto que no basta con los breakers cuando las acciones caen por el piso o se levantan por las nubes.

La escasez de papel higiénico o de alcohol sanitario no es síntoma de mal comportamiento social. Es solo un corolario de economía social sobre los principios económicos de la escasez, una acción psicológica de autoprotección, justificable. Aquí en Miami, tierra de huracanes, todos los años nos enfrentamos a esta escasez cada vez que los vientos se arremolinan en el Atlántico. La escasez estacional forma parte de nuestra cultura.

Lo que preocupa en estas circunstancias son los que el sarcástico y agudo columnista de Clarín, Alejandro Borensztein bien denomina los “peolutudos” que desnudó el coronavirus. Los hay en todos lados, como aquellos que toman la cuarentena para irse de vacaciones, los jóvenes que se creen inmunes y no entienden que el problema no es que tan solo que no se contagien, sino que contagien. En fin, las últimas dos columnas de Borensztein resumen la pelotudez humana y muestra la más peligrosa de todas las epidemias, la de los “pelotudos célebres” que se sienten por arriba de cualquier condición humana, inmunes a la ley.

Con el coronavirus afloran o se potencian actitudes impensadas. Lo del papel higiénico, vaya y pase, pero hay otras cosas de las que preocuparse cuando uno observa actitudes raras en las redes sociales, como la de aquellos que difunden desprevenidos (o con intención) ridículas fórmulas y remedios que pululan en las redes sociales, como las sandeces dictador Maduro que pide combatir el coronavirus con limonada tibia, ajo y pimienta negra, o los que se pliegan a las fábulas y teorías de la conspiración y creen que la vacuna o el próximo antiviral antídoto servirá para someternos a todos.

Preocupa aún más, algunas actitudes de autoprotección al mejor estilo farwest. Aquí en área metropolitana de Miami, un informe del Miami Herald recoge que las ventas de armas se han disparado en un 80%. Y en un país en el que todos los años hay más de 10 balaceras masivas mortales, y la tenencia de armas sigue siendo un debate legal inconcluso, uno no quiere imaginar si alguno de los calificados por Borensztein va a un supermercado, arma en mano, a buscar el artículo más preciado por todos.

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