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OBSERVACION

Los informantes del distanciamiento social tienen los ojos puestos en ti

Gente que se reunió en un parque de Brooklyn, el sábado 2 de mayo de 2020. (Hilary Swift/The New York Times)

Gente que se reunió en un parque de Brooklyn, el sábado 2 de mayo de 2020. (Hilary Swift/The New York Times)

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The New York TimesEstados Unidos

Un domingo reciente, Kevin Rusch estaba en casa viendo Facebook cuando apareció una foto que le impactó: un hombre que llevaba un pañuelo de la bandera estadounidense en la cabeza estaba en una manifestación en la que se exigía que Wisconsin levantara las órdenes que habían cerrado las escuelas y los negocios.

Ese hombre era David Murdock, un cardiólogo de Wausau, su pueblo natal. Además, como cientos de otras personas en la manifestación, Murdock no llevaba mascarilla ni daba la impresión de practicar el distanciamiento social. En una foto estaba abrazando a un cura, y ambos cargaban un cartel que decía: “Somos un servicio esencial”.

“Su foto apareció y, cuando lo vi, enfurecí”, comentó Rusch. “Pensé: este tipo está allá afuera abrazando gente, codeándose sin equipo de protección personal y viendo pacientes de forma activa”.

Rusch compartió la foto de Murdock en Facebook con una advertencia sobre el doctor que tuvo la audacia de asistir a una manifestación en medio de una pandemia mundial. La frase era: “Ve a su hospital ‘bajo tu propio riesgo’”.

Varias personas empezaron a escribir comentarios y decenas de ellas se pusieron en contacto con el hospital donde trabaja Murdock. Rusch hizo lo mismo. Para la tarde siguiente, Murdock, de 68 años, quien había ejercido como médico en el centro y el norte de Wisconsin durante 33 años, fue suspendido durante una semana.

Murdock se convirtió en una de las víctimas más públicas de una creciente muchedumbre de vigilantes del distanciamiento social: estadounidenses frustrados de que sus conciudadanos violen las órdenes gubernamentales de usar mascarillas, cerrar los negocios no esenciales y abstenerse de reunirse en grupos.

Estas personas, en su mayor parte confinadas en sus casas y preocupadas por la propagación del coronavirus y sus riesgos para su salud y la de sus seres queridos, conforman un segmento de Estados Unidos que ha decidido informar a las autoridades. Estos vigilantes llaman a la policía, a las autoridades de salud pública y a los empleadores de la gente que consideran que está violando las órdenes de distanciamiento social y de permanecer en casa.

Por todo el país, estas quejas han producido cierres de peluquerías caninas y salas de masajes, así como citatorios y reprimendas de la policía a los dueños de restaurantes y bares cuyos clientes están demasiado cerca los unos de los otros.

La acción ciudadana entra en conflicto directo con las nuevas y crecientes solicitudes de la reapertura de la economía, una disputa que tuvo lugar ese día del mes pasado en la manifestación de Wisconsin, con consecuencias para la carrera de Murdock, quien dijo en una entrevista que había tomado vacaciones después de su suspensión y estaba evaluando si iba a regresar a su hospital.

No obstante, esas denuncias también han ocurrido de una forma más local, por ejemplo en sitios que solían usarse como tableros de anuncios para gatos perdidos y recomendaciones de plomeros y ahora se están convirtiendo en centros de quejas sobre el distanciamiento social.

“Cuatro chicas adolescentes con palos de lacrosse y sudaderas blancas con capuchas acaban de pasar por nuestra casa”, se leyó en un blog de vecindario en una comunidad suburbana de Boston. “Padres, deben mejorar”.

Hay gente que está recurriendo a actos anónimos de vergüenza pública. A veces, el tono es desagradable.

En East Village en Manhattan, se han pegado afiches cargados de insultos en postes telefónicos para reprender a la gente que no usa mascarillas. En Long Beach, Washington, un destino popular de los fines de semana para los oriundos de Seattle que estaba cerrado, dejaron volantes en los parabrisas de los autos con la frase: “Nuestras vidas son más importantes que tus vacaciones”. En Twitter, se usó la etiqueta #FloridaMorons (idiotas de Florida) para avergonzar a los ciudadanos que publicaban fotos en playas abarrotadas que acababan de reabrir.

En Wisconsin, después de que una cadena local de televisión publicó una historia sobre la suspensión de Murdock, la gente celebró con mensajes en un grupo privado de Facebook que respalda las órdenes de permanecer en casa.

“¡¡¡¡¡BIEN!!!!! ¡¡¡¡LO LOGRARON!!!! ¡¡¡¡FELICIDADES!!!!”, publicó una persona.

Debido a que el presidente Donald Trump y muchos gobernadores republicanos presionan agresivamente para reabrir negocios y algunos funcionarios demócratas exigen la permanencia de las restricciones, las acciones a veces se han politizado.

Según algunos liberales, denunciar a la gente que viola las órdenes es un deber cívico y un asunto de salud pública. Sin embargo, Vicki McKenna, una presentadora conservadora de radio en Wisconsin que ha promovido manifestaciones para oponer resistencia a las órdenes estatales del cierre de emergencia, comparó la denuncia de los infractores del distanciamiento social a las acciones tomadas por informantes en un Estado totalitario.

“La gente tiene una sensibilidad orwelliana que da miedo”, opinó.

Murdock, quien se ha convertido en una celebridad menor en el mundo político conservador de Wisconsin y quien escribió un ensayo de 2127 palabras sobre su experiencia, comentó que no les guardaba rencor a sus supervisores del hospital. Sin embargo, le sorprendió el grado de agresividad de las críticas que recibió. Alguien le dejó una bolsa con heces en las escaleras enfrente de su casa, lo cual motivó una mayor presencia de patrullas policiales en su calle.

“Simplemente es una lástima”, opinó. “Ya ni siquiera podemos tener una discusión civilizada”.

No obstante, mucha gente que ha denunciado a los infractores asegura que consideran sus acciones como un asunto de vida o muerte.

En una noche reciente, en Prattville, Alabama, Delaney Kalea llevaba a su madre a recoger un medicamento cuando vio a un grupo de adolescentes afuera de una bolera, quienes “estaban jugando a llevarse en las espaldas, bailando, jugando fútbol americano”, mencionó Kalea.

“Cuando nos íbamos yendo, decidí tomar una decisión responsable y llamé a la policía”, comentó.

Kalea, una maquilladora que perdió todo su trabajo a causa de la pandemia, tiene diabetes y su hermano y su madre tienen sistemas inmunodeprimidos. Ella y su familia solo salen de la casa para hacer las compras, buscar medicinas y el ocasional viaje para recoger comida en algún restaurante desde el auto.

“La gente que cree que es completamente intocable frente a este virus es la razón de que tantas personas hayan perdido la vida”, comentó. “Me hierve la sangre casi todos los días cuando pienso en esto. ¿Dónde está la decencia humana?”.

Kevin Rusch en Madison, Wisconsin, el 30 de abril de 2020. (Lauren Justice/The New York Times)