De la euforia a la decepción, los cubanos piden a San Lázaro paz con EE.UU.

El camino polvoriento que lleva al santuario de San Lázaro está este año más transitado. Al patrón cubano de los milagros se le acumula el trabajo y a las habituales peticiones de salud ahora se suman las de paz y una prosperidad económica truncada por el fallido deshielo con EE.UU.

Hasta 2014, el 17 de diciembre era nada más -y nada menos- el día del veneradísimo San Lázaro, pero desde ese momento pasó a ser también el "17-D", la histórica fecha que marcó el anuncio de reanudación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, un hito con categoría de milagro.

La afluencia masiva de peregrinos que a pie, de rodillas e incluso arrastrándose sobre el cuerpo llegaban hasta este templo de la periferia de La Habana a pedir favores o agradecer su concesión había ido bajando en estos años, pero en 2019 ha aumentado.

Porque la intensidad con la que los cubanos piden o no la intercesión divina podría servir como termómetro de la economía del país en cada momento. Los puestos de mercadería religiosa que flanquean la ruta seguramente también han vendido más.

El "Pie de Arriba"

"Lo que hace falta es que nos quiten el pie de arriba", comenta a Efe uno de los policías que custodian la peregrinación en referencia al embargo que EE.UU. mantiene sobre Cuba desde hace seis décadas y al endurecimiento de las sanciones económicas en los últimos dos años.

Un golpe seco para un pueblo convencido de que la prosperidad pasa directamente por amigarse con el país vecino. El economista Juan Triana escribió recientemente en la plataforma On Cuba que "el 2019 ha sido el más difícil de todos los años que se haya tenido que enfrentar en Cuba desde el Período Especial".

"Ha sido también el más duro de todos los años porque nunca antes ninguna administración de Estados Unidos ha hecho tanto por ahogar la economía del país y empujarlo a una situación política insostenible", sostenía el artículo.

Muchas de esas medidas han perjudicado directamente a los cubanos: los programas de reunificación familiar se han convertido en una odisea porque los trámites deben hacerse en Guyana y las medidas punitivas impuestas por EE.UU. han cercenado el turismo, un sector que daba de comer a miles de trabajadores por cuenta propia y les había ayudado a medrar.

De yute y morado

El santuario de "El Rincón", que se alza sobre los terrenos de una antigua leprosería, recibe desde la víspera a una riada de fieles vestidos con prendas cosidas con sacos de yute y prendas de color morado, el tono que simboliza al santo y también al "orisha" Babalú Aye, la deidad afrocubana con la que se identifica a San Lázaro.

"Paz, sobre todo paz. También con Estados Unidos. Que nos dejen en paz", murmura una matrona corpulenta de unos cincuenta años vestida de yute y púrpura mientras recobra el aliento, ya casi llegando a la iglesia.

Las peregrinaciones más llamativas, de aquellos que recorren varios kilómetros arrastrándose sobre su espalda, sobre el pecho o encadenados a un pedrusco, suelen estar relacionadas con la salud.

Como Yasmany, que durante una década arrastrará cada 17 de diciembre el cuerpo hasta el santuario por el camino lleno de desperdicios y saturado de un olor acre a aceite rancio para dar gracias por la curación de su hija. Ya lleva cinco años haciéndolo y le quedan otros tantos.

También Andy, un hombre de El Cerro, llega a dar las gracias por la salud de su pequeño, que le acompaña. Sentados a un lado del camino comen "chicharritas" de plátano frito mientras él explica que cada año regresa a visitar al santo para retribuir su favor.

Un visado para casarse

Pero este año, también son más los que acuden a que el milagroso San Lázaro les desbloquee la burocracia para poder reunirse con la familia en la otra orilla o, en algún caso que roza lo inaudito en estos días de visados imposibles, a dar las gracias porque lo lograron.

Hasta allí llegaron en la víspera el habanero Eidrien Tamayo y el cubanoamericano Mario Valladares para agradecer que EE.UU. concedió al primero la llamada "visa de fianceé (prometido)" y podrá cruzar el estrecho de La Florida para casarse con su novio.

"Ahora está mucho más difícil, las visas hay que ir a buscarlas a Guyana. Pero yo soy hijo de San Lázaro", aseguró un exultante Valladares a Efe, ante la mirada tímida de su prometido, que sostiene en brazos un acalorado cachorro de raza husky, porque en Cuba también se asocia a los perros con este santo.

La peregrinación culmina en el interior del santuario, donde los pies de quienes han hecho el recorrido descalzos agradecen el frío de las lozas de mármol de un suelo regado de fieles y moteado por la cera púrpura y blanca de las velas entre ofrendas de flores y de habanos.

"Prosperidad", sentencia sonriente Marta Jorge, otra habanera que viene cada año desde que superó un cáncer hace 19, mientras se hace a un lado para que pase Yasmany, que reptando sobre su espalda ya ha llegado y culmina su gesta antes de perder el conocimiento a los pies del altar.

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