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A DISTANCIA

El mortal ataque de un supremacista en Nueva Zelanda

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Adolfo ValenzuelaSanto Domingo

La definición de supremacismo blanco plantea que la raza blanca no solamente es superior que cualquier otra, sino también que debe mantener el poder y sometimiento de los demás. Racismo, en otras palabras.

Históricamente, esa postura ha sido motivo para atacar a aquellos considerados inferiores. Como ejemplos, el Ku Klux Klan en Estados Unidos, el nazismo en Alemania, el apartheid en Sudáfrica... todos con diferentes tipos y niveles de violencia.

En el caso de Nueva Zelanda, considerada antes de la tragedia como “uno de los países más tolerantes y seguros del mundo”, un individuo se encargó de derrumbar el prestigio.

Y al igual que aquella pesadilla en la isla Utoya, en Noruega, el 23 de julio del 2011, donde murieron 84 personas en manos de Anders Behring Breivik, un joven de clase media radicalizado, Christchurch vio con horror cómo Brenton Tarrant, de 28 años, asesinaba a 50 personas en dos mezquitas y se jactó de su acción en una transmisión directa en línea, y enviando “su manifiesto” a autoridades del país.

Luego del 11 de septiembre, Occidente ya no se asombra de que algunos “lobos solitarios”, en general individuos de religión musulmana que actúan solos en sus misiones para hacer daño a la mayor cantidad de personas, perpetren sus acciones en las calles de muchas naciones que los acogieron como emigrantes.

Pero en este caso, los supremacistas, aunque con menos ruido, se han proclamado antiinmigrantes, causando un aumento en enfrentamientos xenófobos e islamofóbicos. ¿Justifica la respuesta a los radicales musulmanes? No, en lo absoluto.

Los conflictos en países de Oriente Medio, llámense Siria, Libia o Irak, donde Occidente también juega su rol, han causado un aumento de las migraciones hacia países europeos, creando incluso una crisis humanitaria doble.

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