historias de vida

Es contadora y abogada: “Que me deportaran me ayudó a convertirme en profesional”

Se fue a Estados Unidos gracias a su papá, cometió un grave error por “creer en todo el mundo”, pasó cerca de un año tras las rejas y luego la mandaron de regreso al país. No se sentó a llorar. Antes de los dos años de estar aquí, se inscribió en la universidad, y hoy tiene dos profesiones y cursa una maestría.

Estudiante graduada lanzando sombreros sobre el cielo azul/ imagen de referencia

Estudiante graduada lanzando sombreros sobre el cielo azul/ imagen de referenciaIStock

“En la vida, todo obra para bien”. De esta manera comienza a relatar su historia la mujer que, para ocultar su identidad, decidió ponerse como nombre, Amparo. “Así se llamaba la persona que me ayudó en mis peores momentos fuera de mi país. Murió hace un año y medio, más o menos”. Se aflige, pero sin dejar que la tristeza le eche a perder su fortaleza.

Un amigo en común, le pidió que le contara su experiencia de vida a LISTÍN DIARIO. Cuando tuvo el sí, un mensaje a las 8:15 de la noche del miércoles 30 de abril, hizo la proposición de una entrevista. “Martita, tengo una amiga y vecina que tiene una tremenda historia. Te leo. Ya hablé con ella, te la dará”. 

¿De qué trata? Bastó con que dijera: “Hace como unos 14 años que la deportaron y en ese tiempo ha hecho dos carreras y le está yendo muy bien. Ella es bien discreta”. “No se diga más”. Se le comentó. Era suficiente saber que se ha superado luego de probar ese trago amargo.

Ahí comenzó todo y, Amparo, como quiere llamarse, comenzó a detallar, desde sus dificultades durante la infancia; sus obstáculos y peligros fuera del país, hasta la superación lograda. 

“Mi vida es digna de un libro. De hecho, lo he pensado, pero tú sabes, el morbo de nosotros es fuerte, es muy dañino. Yo pude haberte dicho, mi nombre es tal, y dejar que todos me vean, pero de verdad te digo, le tengo pánico a ‘los dedos’ de la gente”. Se sonríe, pero no sin decir: “La sociedad te condena de por vida”. Respira profundo

“Tú te crees que cuando salga esta entrevista, la gente me va a elogiar por lo mucho que me he superado. Noooooo. Va a decir que por qué hice esto o aquello… va a hacer conjetura sin saber todo lo que he pasado en esta vida”. En este momento sí se acongojó la mujer que llegó a Estados Unidos buscando superarse y terminó tras las rejas.

Una niña maltratada

Triste joven desesperada/ imagen de referencia

Triste joven desesperada/ imagen de referenciaIStock

Amparo es la tercera de cuatro hermanos. “Yo era el sambá de todos, menos de mi segundo hermano, porque tiene una condición motora, y del menor porque era demasiado pequeño. En realidad, de los hijos de mi mamá y mi papá, yo soy la más chiquita, o más joven”. Válida la aclaración. Es bastante alta. “Ya mi hermanito, es de mi madre y del que fue mi padrastro, un hombre que no me hizo más daño porque al final, mi hermano mayor, ya grande, se le enfrentó. Pero esa es otra historia”. Se arregla el cabello riso y abundante que tiene, y continúa.

Sus padres se separaron cuando ella tenía siete años. Antes de cumplir ocho, ya tenía un nuevo marido, a quien llevó a vivir a su casa sin medir las consecuencias. “Al principio, todo iba más o menos, pero cuando sacó las uñas, todo lo que hacíamos le molestaba. Recuerdo que tenía una bacinilla en el cuarto, y llegó a tirarnos la orina para que nos levantáramos, y mi mamá nos decía que era relajando”. Voltea los ojos en señal de la rabia que le causa recordar esos momentos.

Entre maltrato físico, verbal y psicológico, Amparo crecía con la idea de salir de ahí. “Ya a los 12 años yo fregaba por paga, 10 pesos que me daban, y yo los guardaba bien, porque vivía en un barrio peligroso. Llevaba algo a la escuela y ahorraba lo otro”. No era gran cosa.

Iban a la escuela porque tiene una tía muy querida que es maestra y se los llevaba para la escuela. “A mí me daba clase hasta en su casa porque veía que yo quería aprender. Se me hacía difícil, pero me esforzaba”. Su papá los visitaba y les daba lo que podía, pero no le decían lo del maltrato para “evitar problemas”, según su mamá.

Cuando vieron la oportunidad se mudaron con su padre. Al poco tiempo, éste se fue a Estados Unidos y, años después, se los llevó a los tres. Amparo era bachiller, pero en la espera de irse, no se inscribía en la universidad. 

“Llegó el día. Nos fuimos, pero no fue fácil. Papi no tenía dinero, lo había gastado todo para llevarnos para allá. Comenzamos a trabajar mi hermano mayor y yo para ayudarlo. Caí en una depresión que me condujo a dejarme utilizar por gente inescrupulosa y terminé presa”. Llora pensando en todo lo que sufrió e hizo sufrir a su familia con su mala decisión. 

Manos y jaula de acero

Manos y jaula de aceroIStock

El resultado fue la deportación, misma que le abrió las puertas a que hoy tenga dos carreras universitarias y cursando ahora una maestría.

‘Amparo’ tiene 12 años con una vida plena y de crecimiento

Cuando a la dueña de esta historia la deportaron, se le “cayó el mundo encima”. Duró algo más de un año sumida en una depresión y, prácticamente, encerrada en la casa. Pasó varios meses pensando en salir del “hoyo” hasta que se inscribió en la universidad, y ahí empezó a escribir una nueva historia. Su hermano mayor le pagó los estudios, en un negocio de éste y de ella es que trabaja.

Para que se tenga una mejor noción de la llegada y salida de Amparo a Estados Unidos, ella hace un resumido recuento de esa etapa de su vida, la que admite, no quiere olvidar, porque es la que le ha inspirado a ser quien es, hoy.

“Te puedo decir que yo llegué allá cuando tenía 21 años. Los primeros meses fue para adaptarme, luego comencé a trabajar en el negocio de un primo. No me iba mal, pero no era suficiente con todos los gastos que teníamos. Ver a mi papá ‘fajao’, pagando deudas y asumiendo los compromisos del día a día no era fácil”. Hace silencio por unos segundos.

Duró un buen tiempo trabajando de forma honesta hasta que, hacerse amiga de personas “inadecuadas” como les llama, la llevó a andar por malos pasos. 

“Todo coincidió. Caí en depresión por el cambio, por la situación económica que teníamos, y ahí fui dejándome llevar por la mala compañía. Cuando vine a darme cuenta, ya estaba haciendo cosas que, pese a todo lo que pasé en el país, nunca me la enseñaron. Me maltrataron, trabajé desde muy chiquita, pero nunca vi sustancias ilícitas en mi casa ni en mi familia”. Fue la única vez que mencionó esa parte que hizo suponer que por ahí anda la causa de su prisión.

No era que ella estaba “full metida” en actividades ilícitas, pero: “Me encontraba en el lugar equivocado, a la hora equivocada y con gente equivocada. Todo jugó en mi contra, y no me juzgaron por la poca culpa, diría yo, que tenía, sino, porque estaba en ese grupo que sí tenía muchas cosas en contra. No duré tanto en prisión, pero eso me costó mi residencia”. Lo admite, pero no se lamenta, pues como ella dijo cuando comenzó la entrevista: “Todo obra para bien”. Hoy tiene dos profesiones y de ellas vive.

Sus días tras las rejas

Lo que más le dolió a la protagonista de esta historia fue decepcionar a su papá y a su familia. “Al principio me la pasaba llorando, y peor de mi depresión, pues por ayudar, desayudé. Lo bueno que saqué de esto es que, dentro me veía una psicóloga que me ayudó bastante. Ella me condujo a entender que, esto fue una dura experiencia, pero no el final de mi vida”. Lo ha demostrado.

Su “madrina” en el penal era una señora latina, no reveló el país, con quien compartía y aprendió mucho de la vida. “Te puedo decir que ella me cuidaba, me aconsejaba y lo más importante, me hizo entender que, aunque era responsable de las consecuencias de mis actos, no tenía culpa de lo ocurrido. Doña Amparo me decía: ‘El que está mal de la mente no sabe lo que hace’. En efecto, es cierto, yo me di cuenta de lo mal que actué, después que caí en el hoyo”. Con esto no se disculpa. “Claro, no es que yo era loca, pero sí estaba vulnerable”. Lo deja claro.

Cumplió su condena con una pena reducida por buen comportamiento y, porque se demostró que, en realidad, “yo no pertenecía a ese grupo, sólo me habían utilizado a su antojo para hacer cosas que ellos tal vez no hacían, o que sé yo...”. En este momento mira al techo para devolver esas lágrimas que asomaban.

La mujer que hoy tiene 38 años, fue deportada a su país un día que hoy recuerda con “agradecimiento”, pues ese fue el punto de partida para que ella comenzara una nueva vida: “Que hoy disfruto con una pareja que sabe mi historia, que me regaló, gracias a Dios, un hijo que amo, y que allá, por el palo que yo iba, nunca iba a conseguir. Hoy soy doblemente, profesional, tengo el perdón de mi papá y de mi hermano mayor, llevo una buena relación con mi mamá, y nada, me siento que me he superado en todos los sentidos”. Concluye exhortándole a quienes han vivido una experiencia como la suya, a que no se echen a llorar, que tomen el control de su vida, y se superen.