Realidad y fantasía

Casarré

Se trata de una antigua casona restaurada, en donde funciona un restaurante, pero no cualquier restaurante, ¡No, señor! Es la sede de la comida auténtica nuestra, trasformada por manos expertas en una novedosa exquisitez

No suelo escribir sobre gastronomía, eso se lo dejo a aquellos que se especializan y escriben una página entera sobre el tema. Algo sé, habiendo tenido un yerno especialista de los que ahora llaman miembros de la guía Michelin.

El asunto es que me invitaron a cenar a la Zona Colonial. Al comienzo fruncí el ceño. La sede en donde todo comenzó, se ha convertido en una aventura peligrosa, debido a los obstáculos por la remodelación que llevan a cabo.

En fin, me aventuré y llegué al sitio después de vueltas y revueltas. Se trata de una antigua casona restaurada, en donde funciona un restaurante, pero no cualquier restaurante, ¡No, señor! Es la sede de la comida auténtica nuestra, trasformada por manos expertas en una novedosa exquisitez.

A la entrada, en lo que en otro restaurante sería el foyer o vestíbulo, en buen español, se encuentran sobre la pared, a modo de estanterías, una réplica de un colmado de cualquiera de nuestros pueblecitos, montado por Mencía Zagarella, la que se encargó de diseñar y mandar a confeccionar las cucharas en madera de diferentes modelos, con las cuales comeríamos porque, según explican los encargados del establecimiento, la comida no sabe igual si no es mediante una cuchara de madera.

En el vestíbulo estuvimos un buen rato, en lo que nos bridaban un trago a base de caña de azúcar, muy diferente a lo que estamos acostumbrados.

El comedor consiste en una barra rectangular, en la cual se sientan los comensales que hicieron su reservación para la hora señalada.

No hay menú, todos los platos se preparan delante de los comensales. Tampoco hay camareros, ni maître. Todos cocinan y preparan los platos que van distribuyendo entre los comensales. Se trata de pequeñas porciones, acompañadas de una vista preparada con frutas y raíces, totalmente nuevas para nuestro paladar, pero todo salido de las entrañas de la tierra nuestra.

Así fueron desfilando una serie de preparados totalmente novedosos, exóticos y extraños, pero exquisitos. Cada porción es pequeña, acompañada de una bebida diferente, todo absolutamente exquisito.

Es definitivamente una experiencia culinaria única, en donde los sabores de nuestra tierra, ignoraos por generaciones, brillan y hacen agua la boca.

Para mencionar algunos de los ingredientes, aunque son muchos más, diremos que se utiliza la Guayiga, los hongos silvestres, la raspadura de caña cocida y guayaba.

Además, el clairin y otros muchos ingredientes que, solos o mezclaos, hacen que esta extraordinaria experiencia culinaria sea inolvidable. Cada plato es descrito y explicado por uno de los oficiantes, todos colaboran por igual.

En mi opinión, esto era lo que hacía falta en nuestra ciudad. Sabores exóticos provenientes de nuestras raíces, sin nada foráneo, para hacer que el visitante, propio o extraño, sienta en el ombligo del mundo, nuestra República Dominicana