RELATO
¡Venció la superación!: “Ayer fui ‘mula’, hoy soy un licenciado en Contabilidad”
Cuando el dueño de este relato tenía 11 años, unos antisociales se aprovecharon de su inocencia y de su pobreza para obligarlo a trasladar sustancias ilegales de un sitio a otro. Duró años haciéndolo, pero nunca se salió de la escuela. Su sueño siempre fue ser un profesional y lo logró a los 32 años.
Las lágrimas de alegría y satisfacción del dueño de la historia de hoy dieron la bienvenida al equipo de LISTÍN DIARIO que lo visitó para entrevistarlo. A juzgar por lo visto, es un hombre muy emotivo y, el solo hecho de saber el lugar que ocupa hoy y compararlo con el que estuvo ayer cuando hacía el papel de ‘mula’, lo hicieron reaccionar de esta forma.
“Ahora tengo yo vergüenza de que me vean en estas condiciones. No era la intención, pero sentí un vacío en el estómago cuando vi que llegaron y que eso representaría hablar de un tema que de verdad, me ha costado superar. Pero lloro de alegría por todo lo logrado”. Invita a sentarse y lo hace él también. “No quise que fuera en la oficina porque es un tema delicado, ¿sabe?”. Se le mostró comprensión.
Había que entrar en materia porque su tiempo no era extenso. Sin esperar preguntas, comenzó su relato por lo que entiende es el principio. “Mira, yo vengo de una familia muy pobre, tan pobre, que ni cama teníamos. Mis tres hermanos y yo, una hembra y dos varones, dormíamos sobre una sabana ajada que tenía mi mamá. Eran tres, ella las ponía en el piso de tierra, en una dormía ella y mi papá, en otra mi hermano menor y la niña, y en la otra, mi otro hermano y yo. A veces conseguíamos cartones, pero si llovían se mojaban y se dañaban”. Aguanta el relato porque sus lágrimas le tumbaron el pulso a su deseo de expresarse.
Un café que había servido su esposa y que él no había tocado, en este momento le ayudó. “Prosigamos”, dijo con una fuerza que al parecer sacó de la planta de los pies. “Fueron muchas las noches que nos acostamos sin nada en el estómago, no porque no cenamos, sino porque no habíamos comido en el día entero”. Se detuvo de nuevo. “Trataré de resumirte mi historia, porque si te cuento todo, no acabamos hoy. Creo que sobre la tierra hay poca gente que haya pasado tanto trabajo como yo. Eso sí, siempre tuve la visión de estudiar. Le pedía a mi mamá que me pusiera en la escuela y no faltaba nunca. Creo que en toda mi vida escolar, tal vez fui tres veces desayunado”. Aquí no es él quien para la conversación. Saber esto parte el alma y es imposible disimular.
El día que cayó en la “boca del lobo”
Era tanto lo que le gustaba estudiar al protagonista de hoy, que la pobreza no era barrera para él ir a la escuela. Todos, en el marginado sector, lo sabían. “Un día, iba de regreso a la casa, como a eso de la 1:00 de la tarde, yo con 11 años, recuerdo que estaba en sexto curso porque había perdido un año escolar. Bien, me saludan dos muchachos del barrio y me dijeron que si podía llevarle algo a otra persona…”. Recordar y contar sobre esto no se tornó fácil para él. Suspiró y aguantó el llanto.
Un poco repuesto, continúa: “Pregunté que qué era y me dijeron que una medicina para una señora que estaba enferma. Como ahora mismo, y hace 29 años de aquel fatídico día, recuerdo que me dieron 50 pesos. ¿Y tú sabes lo que era esa cantidad de dinero para mí?”. Llora un poco, pero se calma. “Era demasiado, corrí a dárselo a mi mamá y cuando me preguntó le dije normal, que me lo dieron por un mandado”. ¡Vaya el mandado!
Al día siguiente comenzó el fin de semana y esa “gestión” quedó ahí. “Pero el lunes, ellos me estaban esperando más para abajo de donde queda la escuela. Me dijeron lo mismo, y me dieron 100 pesos. Yo estaba tan feliz porque estaba ayudando a mi familia haciendo unos ‘mandados’ que bien o mal nos servían para comer algo”. Se hacía costumbre que lo esperaban y ya él anhelaba encontrarlos. La necesidad estaba en contra de quien hoy es un gran profesional de los números.
Nunca se sintió protegido por sus padres, ellos también se aprovecharon de él
Ni la mamá ni el papá le preguntaron nunca de dónde sacaba dinero para llevar a la casa. Hoy se limita a pedirle a quienes tienen hijos, sobre todo, en barrios marginados, a que si éstos llevan dinero a la casa, pregunten e investiguen de dónde salió.
Los padres de quien hoy es un profesional competente, nunca investigaban de dónde él sacaba el dinero que todos los días crecía en el bolsillo el dueño de esta historia. “Eso es lo que más me duele. Sólo recibían lo que un niño inocente y pobre llevaba sin darse cuenta en el peligro que yo estaba”. Él iba creciendo y la paga que recibía también aumentaba. Tiempo después fue que se enteró de que la sustancia que transportaba era droga. Una vecina lo alertó y es quien lo ha ayudado a que hoy sea todo un profesional.
Él había preguntado varias veces porque no le cuadraba que ya “la medicina” no sólo se la llevaba a quien en principio le dijeron, sino a varias personas y en distintos barrios. “Llegué a ir a residenciales de gente rica también. Ellos me llevaban en un vehículo, me dejaban a tres o cuatro esquina y yo era el que iba”. No puede decir que se arrepiente porque era un niño que no sabía lo que hacía y que pese a su corta edad, recibía amenazas hasta de muerte. “Lo que sí puedo decir es que quisiera borrar esa parte de mi vida”. Se pone triste.
Cuando veía que todo se tornaba extraño, preguntaba y preguntaba, pero nada. “Siempre un cuento hasta que ya más grandecito, fui dándome cuenta, y una vecina un día me dijo que me cuidara. Recuerdo perfectamente ese consejo ‘¡ay mi hijo, no te junte con esa gente, es droga que venden! Ese día ni comí. Lloré mucho. Me cuestionaba: ‘y si ella sabe eso y lo ha visto, por qué mis padres no se dan cuenta, por qué no me detienen, no me protegen’. Eso me mataba”. Sus ojos hablan de su decepción aún a estas alturas en que ya ambos han muerto.
“Todavía yo con 14 años seguía siendo maltratado y utilizado por esos perversos. Un día le conté a mi papá lo que me sucedía y lo que me dijo fue que si yo me metí en mi lío que supiera cómo iba a resolverlo. Eso fue peor que lo que me hacían esos bandidos. Tu propio papá dejar que te pierdas así, sabiendo que me gustaba estudiar...”. Su mamá no tenía vela en ese entierro. Hacía todo lo que decía el padre. “Ella sólo se limitaba a cocinar lo que apareciera”. Por esa razón, dejó de llevar el dinero que se ganaba como ‘mula’.
Cuando le preguntaron que por qué ya no llevaba dinero, el protagonista de este relato, sólo se limitó a decir: “Vayan ustedes a llevarle drogas a la gente para que se muera. Expónganse ustedes al peligro de que lo maten como estoy yo”. No aguantó y estalló en llanto. Al reponerse se limitó a decir: “Sufrí cuando, con 19 años, quedé sin madre, pero duré mucho para perdonarle el que no me protegiera”. Su padre falleció hace un año y 10 meses.
Su mayor logro
Cuando tenía 16 años le pidió a la vecina, quien asegura es como una madre para él, que lo ayudara a retomar la escuela. “Ella lo hizo. Entré a octavo, pero se me hacía difícil concentrarme y me quemé. Tuve que repetir el curso. Ahí mi hermano me ayudaba con las tareas y fui esforzándome. Pasé al bachillerato”. No pudo hacer ese año porque le dio una gran depresión que lo llevó a querer quitarse la vida. Los maleantes continuaban su asedio, pero luego uno cayó preso y al otro lo mató la Policía.
Un par de años después murió su mamá de cáncer de seno. “Ahí me dije: ‘bueno, yo soy un hombre ya y tengo hermanos menores que entiendo debo cuidar para que no caigan en esto. Mi papá seguía su vida como si nada, jugando dominó y apostando hasta el más mínimo peso que le entraba en su destartalada zapatería, que era lo que tenía. Comencé a trabajar con el esposo de la vecina recogiendo botellas en la calle”. Se inscribió en el liceo. Duró mucho para terminar el bachillerato, pero lo logró con 25 años.
Después trabaja en una cafetería y se inscribió en la universidad a estudiar Contabilidad. Siempre le han gustado los números. Finalmente logró graduarse ya con 32 años. Gracias a Dios, ya estaba trabajando en su carrera en la empresa que hoy labora. Entró como mensajero, y hoy ocupa un buen puesto en su área. Ha ayudando a sus hermanos.
El hombre, que muy bien vestido, con traje gris, camisa azul y zapatos de punta se acomodaba en el sofá que se sentó, guarda una inmensa tristeza en su interior y no lo esconde. “Hoy soy un licenciado en Contabilidad, un profesional exitoso, y todavía siento que me falta. Gracias a que busco de Dios junto a mi familia, puedo seguir adelante, pero no ha sido un maíz”. Además de su trabajo en una empresa privada, lleva igualas a otras compañías. Él tiene una vida acomodada. Lo ha logrado porque nunca comprometió su superación.