Fábulas en alta voz
La soberbia y el cordero

Marta Quéliz
Un autobús que se dirigía hacia una ciudad fabulosa, entre sus ocupantes llevaba a bordo a dos pasajeros: a la soberbia y al cordero. El chofer tenía la ruta determinada, pero, como en todo viaje, surgieron desavenencias por parte de los abordantes del vehículo. “Vete por aquí”, “no, hazlo por allí”, y así fue durante todo el trayecto. En especial, estos dos no se ponían de acuerdo, pero el cordero siempre terminaba dando su brazo a torcer para no aumentar la rabia de su compañera de excursión. Él opinaba sin llevarle la contraria, porque de algún modo debía dejar saber que también tenía su criterio, pero desde que la soberbia amenazaba con “tragárselo”, sumiso, aceptaba lo que ella decía.
Un viaje largo
El camino parecía no tener fin, y eso aumentaba la agonía de esa ocupante que no sólo al cordero molestaba, sino que tenía, ella sola, la “capacidad” de martirizar a cada uno de los ocupantes del bus. Llegó un momento en que el chofer se detuvo, la enfrenta preguntándole: “¿por qué siempre se la quiere lucir?”, “¿Por qué razón se molesta con los demás si con quien debería hacerlo no lo hace que es con usted misma?”. Ella, como siempre, tenía una respuesta y, en esta ocasión, no fue diferente. “Es que si no me comporto así, no sería la soberbia, sería el cordero. Recuerde, señor chofer que, Dios nos hizo distintos y cada uno tienen su forma de ser, ahora bien, yo le pregunto a usted: ¿cree que no me doy cuenta de que hago daño?, ¿cree que quiero ser repudiada por todos los que tienen la dicha de ser el cordero? Creame que a mí tampoco me gusta ser así, pero debo hacer mi trabajo. Yo existo para que otros valoren la humildad del cordero”. Todos la aplaudieron, pero igual, ella seguía haciendo gala de su prepotencia.
Por fin llegaron
El viaje, que se hizo más largo por las intervenciones de la soberbia, había llegado a su destino. Como todos saben, era defícil controlar su ímpetu. Eso sí, lo que ella no sabía es que, precisamente, era el cordero que se sabía la ruta porque el paseo era para visitar su casa en aquella ciudad fabulosa. Allí, él le abrió las puertas de su vivienda y le dio paso a ella primero que a todos los demás. La hizo sentir como nunca antes se había sentido. Sin sermones, sin ofensas, sin reclamos…, él la llevó a su terreno y la hizo comprender que es con humildad que se llega a la casa del Señor, no con altanería o con un fanatismo que dista mucho de lo que le agrada al Altísimo. ¿Qué es usted, la soberbia o el crdero?