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FÁBULAS EN ALTA VOZ

El sacrificio detrás de lo material

Marta Quéliz

Marta Quéliz

Por lo regular cuando pasan tragedias, solemos decir: “gracias a Dios estamos vivos. Lo material es recuperable”. Eso es cierto y de rodillas debemos agradecer al Todopoderoso. Pero tenemos que ser honestos, duele mucho ver cómo las cosas que nos costó tanto trabajo conseguir se esfuman, y con ello se ahogan nuestros sueños y las posibilidades de volverlas a conseguir.

Un viaje de desahogo

Me fui a una ciudad fabulosa e invité a ir conmigo a muchos a los que se les inundó su casa, su vehículo y más que todo, su fortaleza. La promesa que hicieron antes de partir fue darse el chance de llorar por lo perdido. Sí, así como lo lee, desahogarse ante la impotencia que se siente cuando ves, no tu cama, tus muebles, tu carro… dañarse, sino el sacrificio que te costó comprar hasta una cuchara para tu hogar o un simple aparatito para tu negocio. Nos fuimos con la fe puesta en que ese mal sueño, solo sería eso, una pesadilla que acabaría en un lugar fabuloso donde sí solo importa la vida.

Sin promesas

Una vez llegamos, fue posible observar que en esta comunidad sí se vale echar andar los sueños y sí se puede lamentar solo la muerte de un ser querido. Cuando los fenómenos naturales atacan, las autoridades dejan claro que la vida es lo único que debe preservarse por encima de todo. Si con los embates de un diluvio, un ciclón, un terremoto, por ejemplo, nada más hay pérdidas materiales, todo está bien. Las autoridades se encargan de dar todas las facilidades para que los afectados repongan lo perdido. No se hacen promesas, son políticas establecidas. Desde que sucede algo, la gente se preocupa por salvarse, no por apegarse a lo que tanto le costó. Sabe que lo material sí es recuperable, pero no porque volverá a “guayar” la yuca, sino porque allí se cuenta con un sistema de investigación y levantamiento de casos reales a los que les dan respuesta contundente.

Un triste regreso

Mis invitados, que se enrumbaron en este viaje muy afligidos, estaban en sus aguas en aquella ciudad fabulosa. No querían regresar a su realidad porque sabían que en ella se encontrarían con sus miserias, con el sudor de su frente mojado en las aceras, con las fuerzas para seguir tiradas entre los escombros. Sabían que no había otro remedio que volver para enfrentarse a lo que habían dejado las aguas, pero más que todo, a escuchar esos mensajes de consuelo de quienes, desde la acera de enfrente, solo saben decir: “lo que cuenta es la vida”, sin saber que muchas veces hasta ésta se pone en riesgo para conseguir lo material que ahora se extingue. No es que no se logre, es que a veces ya no existen las fuerzas, los años y las posibilidades de recuperar lo perdido. Mi solidaridad para quienes ahora solo tienen la vida.

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