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REALIDAD Y FANTASÍA

San Miguel, el esotérico

San Miguel el arcángel, príncipe de la milicia celestial, uno de los siete jefes de ángeles, fue el señalado por Dios para dirigir el combate contra los ángeles rebelados.

San Miguel

San Miguel

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María Cristina de CaríasSanto Domingo

La devoción por san Miguel en nuestro país está íntimamente relacionada con el esoterismo, su fiesta tuvo lugar hace solo unos días, pero este Arcángel del ámbito celestial tiene una talla de invaluable valor artístico que se encuentra en nuestro viejo Alcázar de Colón.

En el Apocalipsis, uno de los escritos que más huella dejó durante la Edad Media, dice san Juan en el capítulo doce, versículos siete, ocho y nueve: “Después hubo una gran batalla en el cielo, Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, y luchaba el dragón y sus ángeles. Pero no prevalecieron ni se halló lugar para ellos en el cielo y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero, fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él.”

San Miguel el arcángel, príncipe de la milicia celestial, uno de los siete jefes de ángeles, fue el señalado por Dios para dirigir el combate contra los ángeles rebelados. En ese combate del comienzo de los tiempos, Miguel encabezó las huestes vencedoras. Luzbel encabezó las huestes rebeldes, se trasformó en un espantoso dragón para inspirar temor a las tropas leales, fieles a Dios, pero el intrépido Arcángel no se amedrentó ante tan espantosa aparición y siguió luchando hasta vencer al demonio, ahuyentándolo para siempre de la corte celestial.

La conspiración fue aplastada de esta forma, los rebeldes enviados al exilio del infierno y el general jefe de los ejércitos angélicos, fieles a Dios, regresó en triunfo al reino celestial.

La historia mil veces repetida, de la intentona de un golpe de estado, sofocado por un general fiel al régimen. Llevada al plano sublime de la corte celestial, ha dado motivos para innumerables manifestaciones artísticas desde los comienzos de la cristiandad. En el amplio vestíbulo del Alcázar, en el palacete del Colón, hay una talla de madera que a simple vista sobresale sobre todos los objetos expuestos allí. Se trata de una talla policromada de Miguel, el arcángel guerrero. La talla de madera de nogal, de buen tamaño, se encuentra en buen estado de conservación. La figura, indudablemente del siglo XIV, pertenece al llamado por los entendidos, Gótico clásico, en donde las esculturas y tallas retratan a los grandes señores bajo las órdenes de los cuales trabajaban los artistas medievales.

El rostro de la talla de facciones finas y bien definidas, la nariz recta de fosas estrechas, como corresponde al tipo celtibero, la boca pintada de tono carmín, no muy ancha, tiene un aire altivo y desafiante. La pintura oscurecida por el tiempo aún conserva un tono blanco rosado propio de las razas del norte de España. Los ojos oscuros, el cabello dorado y rizado en bucles sueltos, están sujetos en el frente por una cinta de cuero a la manera de los épicos griegos. Los rizos caen sobre los hombros enmarcando el cuello airoso que sostiene la bien formada cabeza.

Tiene la talla un manto, sujeto al frente por una fíbula, cae en pliegos abarquillados por las espaldas del héroe celestial. El manto está tratado por entero en pan de oro. Una coraza cubre el pecho del intrépido arcángel, vestido para su lucha con el demonio, a la usanza de un héroe medieval. Al frente de la coraza luce una hoja de parra estilizada, el color marrón rojizo de la coraza recuerda el brillo del cobre.

Una cota de malla se asoma en el antebrazo. El brazo derecho levantado levanta una lanza. Sorprendentemente, la mano que empuña la lanza está torpemente ejecutada. Pienso que se trata de un agregado, al faltar la mano original, hecha a última hora en los talleres artesanales de la Fundación generalísimo Franco, con prisas, antes de embarcar el lote de obras de arte que se envió para alhajar el Alcázar en Santo Domingo. La fina y esmerada realización del resto de la figura da a entender esto. El otro brazo sostiene el escudo en el que, sobre un fondo negro, resalta la figura de un león dorado con las fauces entreabiertas, la melena rodeando la cabeza a la manera de los rayos del sol. Es un escudo de evidente simbolismo esotérico como lo es la talla entera. La cintura del ángel guerrero está ceñida por un cinturón de piel que ostenta dos botones dorados, uno en el lado derecho y otro en el frente, tras el escudo. Dichos botones destinados a la indumentaria guerrera medieval, para amarrar la cota de malla y el pañuelo con los colores de la divisa, en la talla no llevan nada.

El faldellín de la armadura, pintado en el mismo tono marrón rojizo de la coraza, está dividido en recuadros que corresponden a las placas metálicas unidas entre sí por medio de anillas, con el fin de dar movilidad a las piernas del guerrero. Las piernas del arcángel Miguel aparecen cubiertas por la armadura, las rodillas reforzadas por rodilleras de placas de metal. Los pies protegidos por escarpas de placas de metal unidas entre sí por anillas, se posan sobre la negra bestia que encarna a Satanás. Esta con las fauces abiertas saca su lengua roja, en un estertor de muerte, mientras su espantosa zarpa de afiladas garras, se clavan en el dorado manto.

Las alas del arcángel que enmarcan la bella cabeza y caen graciosamente a los lados del manto, están curiosamente pintadas de marrón, en un tono mucho más oscuro que el de la coraza. Las plumas de las alas, talladas pulcramente, son largas y estilizadas. El conjunto alado tanto en su color como en el tamaño y forma de las plumas recuerda las del águila, lo que puede ser otro simbolismo esotérico, algo muy acostumbrado a la sazón.

El tema de san Miguel fue interpretado durante los periodos románico y gótico, en los tímpanos de las iglesias, en los capiteles de las columnas y los retablos. En la talla del palacete de los Colón alcanza toda su magnificencia el arte gótico. Esta es sin dudas una joya en su estilo, digna de figurar en cualquier colección de arte medieval del mundo. Para fortuna nuestra, luce su esplendor en nuestro dominicano Alcázar.

María de Carías

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