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HISTORIAS DE LA VIDA

El sufrimiento de una madre: “Me envenenó a mi niño para castigarme”

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Marta QuélizSanto Domingo, RD

Esta historia comenzó con llanto. ¡¿Cómo podría ser de otro modo?! Es de una madre a la que su expareja le envenenó a su único hijo. “Yo nunca pensé que ese hombre, ese mal nacido… iba hacer una cosa así. Mi hijo no tenía la culpa de que yo no le hiciera caso. Era a mí, era a mí que tenía que quitarme la vida”. Eso repetía una y otra vez la mujer a la que este hecho le cambió la vida.

La historia es tan triste como fuerte. Ella nunca imaginó que cuando regresara a su casa luego de terminar su trabajo doméstico, iba a encontrarse tirado en el piso de su pequeña habitación el cuerpo sin vida de su pequeño hijo. Difícil no llorar con ella.

“Yo trabajo tres días a la semana, y regularmente, una vecina me buscaba al niño en la escuela y se lo llevaba a su casa en lo que yo llegaba. Ese día…”. Llora de manera inconsolable y se le dificulta contar esta parte. Ya un poco más calmados todos los presentes, prosigue la madre su relato: “Ese hombre fue y lo buscó al colegio. Allá se encontró con mi vecina y le dijo que él lo llevaba a la casa. Ella, como se trataba de su papá, pues no se opuso. ¿Quién iba a pensar que ese hombre iba a dar para quitarle la vida a su propio hijo?”. Es mejor callar.

“Le compró jugo y ahí le echó el veneno”

Esta madre que asegura es la primera vez que habla del tema, no ha podido volver “a levantar cabeza”. Del hecho hace casi cinco años y no hay un día que no llore por su pequeño. “Él era un niño muy alegre, inteligente, cariñoso… Era loco con ese papá, y mire cómo lo traicionó”. La invade de nuevo el llanto y hay que entenderla.

Se acomoda en la deteriorada silla plástica que ‘acoraba’ con la pared para no caerse en el pequeño patio de su vivienda. Siente más seguridad y, mientras continúa llorando se arregla el escaso cabello que le queda. “Mire, hasta los moños se me han caído a mí. Desde ese día no he vuelto a ser la misma persona ni por dentro ni por fuera”. En este momento resuena la “i” que identifica al cibaeño.

“Ha dado trabajo contar esta historia tan dura, pero bien. Cuando llego a la casa, me lo encuentro tirado, creí que era desmayado que estaba, llamo a los vecinos y vienen ayudarme. Uno de ellos dijo que estaba muerto porque le vio una espuma blanca en la boca. Yo no lo podía creer, ¡Dios mío, qué tragedia!”. Llora sin consuelo.

Fue una de las vecinas que tiene un colmado, la que dijo que el papá fue con el niño y le compró jugo y galletas. En el piso vieron funditas de plástico que de inmediato atinaron a que se trataba de veneno. En efecto, así fue. Alrededor de las 6:00 de la tarde cuando la madre llegó y encontró a su hijo muerto, ya éste tenía varias horas de haber fallecido.

Ella admite que en varias ocasiones su expareja, con quien procreó a su único hijo, le decía: “Tú me la vas a pagar”. Pero nunca imaginó que éste diera para tanto solo porque no quería reconciliarse con quien le era infiel y, por si fuera poco, la maltrataba física y verbalmente. Después de cometer el hecho, el verdugo se quitó la vida colgándose de un árbol un poco cercano a la casa.

Violencia vicaria

Así se llama la acción que cometió ese padre contra su hijo. La psicóloga y experta en filosofía mental Olga María Renville explica que este tipo de violencia encuentra sentido cuando una persona arremete contra su hijo/a para castigar a su pareja. En República Dominicana se dan muchos casos de esta índole. En ocasiones quien lo perpetra también se quita la vida, aunque a veces, no lo hace para ver sufrir a quien quiere causarle el terrible dolor de perder a su hijo o hija.

Tras quitarle la vida a su niño, se suicidó

“Ver a mi hijo sin vida, a mi chiquito, a mi todo… tirado en el piso era algo que no podía soportar. Hubiese querido un millón de veces que me matara a mí, que me hiciera daño a mí, no a un niño inocente, a un ‘bebé’ de siete años. No es justo lo que hizo”. Eso lo cuenta entre lágrimas la madre que sufre por haber sido castigada por su expareja con la muerte de su propio hijo.

Al día siguiente de cometer el hecho, el cuerpo sin vida del padre de su chiquito fue encontrado colgando en un árbol cercano a la casa donde el niño vivía con la madre. “A mí no me alegra que él se haya quitado la vida, pero no puedo negar que eso me tranquiliza porque sabrá Dios a toda la gente que le estuviera haciendo daño para castigarme a mí”. Lo dice y a seguidas reitera: “Era conmigo que tenía que desahogar esa furia porque yo era la que no quería volver con él”.

Ella no sabe cuál es la definición de la violencia vicaria que Renville explica más arriba, pero sí está clara en que es un error que se haga daño a los hijos para castigar a la madre o al padre. “Porque yo sé de mujeres que han atentado contra sus hijos para vengarse del marido. Es que Satanás está suelto y nadie lo quiere creer”. A esto hace referencia convencida de que el mundo está dominado por la maldad. No quiere que otras madres pasen por lo que ella ha atravesado.

“Estamos en las últimas. Porque usted sabe lo que es eso, un papá matando a su propio hijo sabiendo que ese niño era enfermo con él, y que nos dio tanto trabajo tenerlo. Yo duré como cuatro meses acostada para poder tener a mi hijo”. Una servilleta aguanta el llanto.

Sabe agradecer

A pesar de que hace cerca de cinco años de este suceso, esta madre lleva un sufrimiento que la acompaña en todo momento. No ha atentado contra su vida ni ha caído en vicios porque la familia donde presta sus servicios domésticos desde hace 16 años la ha ayudado a sobrellevar esta situación.

“En ellos yo he encontrado a una familia de verdad. Cuando se enteraron de que ese hombre me maltrataba, me sentaron y hablaron conmigo para que me alejara. A principio no quise hacerlo por miedo, pero después me llené de valor y lo dejé. Me mudé, pero averiguó dónde y allá fue, dizque por la buena porque creía que la gente mía me estaba protegiendo. Duró un tiempo como un santo. Los fines de semana se llevaba al niño, y cuando me lo llevaba de nuevo me decía que lo perdonara. La primera vez lo hice y duramos como siete meses. Volvió a lo mismo y lo dejé. Fue una tortura”. Sus ojos muestran su desolación y el sufrimiento que le acompaña.

En su relato hace énfasis en que darle esa oportunidad fue su peor error. “Ahí fue que yo desperté ese monstruo que él tenía dentro. Me perseguía, me llamaba, me amenazaba…”. No llora, pero hace silencio. Una orden de alejamiento no fue suficiente, mudarse, inclusive a un pueblo cerca de la capital, tampoco. “Dondequiera me encontraba. Por eso volví a mudarme al barrio porque ahí todos me conocen y podían protegernos, pero no funcionó, me mató mi hijo”. Su llanto es como si acabara de perder a su niño.

Rehacer su vida

“Me traumatizó”. Eso es lo que quiere decir con una palabra que utiliza en sustitución de este término y que hubo que “traducirla”. No ha vuelto a tener pareja porque le tiene terror a volver a vivir un infierno como le llama a la situación por la que atravesó. Con apenas 33 años asegura: “Me retiré del amor porque eso para mí fue dolor”.

Aprovechó la oportunidad para pedirle a las autoridades mayor protección contra violencia intrafamiliar. “Y, sobre todo, que se cuide a los niños porque no es justo que un pequeño pague por los errores de los adultos, y aquí está pasando mucho eso. Presten atención a las denuncias que se hacen por violencia, y sepan que hay hombre y mujeres haciéndole daño a sus propios hijos”. Concluye a modo de consejo.