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FÁBULAS EN ALTA VOZ

La princesa desnuda

Marta Quéliz

Marta Quéliz

Sales de baño puestas en su tina. Pétalos de rosas adornan el espacio. Espumas blancas como la nieve, cubren su cuerpo. Su cabeza libre de pensamientos contaminados, erguida busca mantener contacto con la frescura del agua pura. Suspiros de bienestar retumban en las paredes de un cuarto de baño propio de un cuento de hadas.

Un tinte castaño y un corte de pelo le transforman la imagen. El maquillaje oportuno cambia su rostro con matices de otoño, aunque aún en primavera. Aromas dulces suman sabores a su cuerpo desnudo. Mente, corazón y vida ya están puestos para triunfar. Tendido en la cama aguarda el traje para modelar. Todo listo para el gran día.

Imagen altiva

Sus tacones suenan al caminar. Hombros derechos, pasos firmes, mandatos contundentes, órdenes que se cumplen, pero más que todo, una actitud decidida a cumplir con uno de los tantos compromisos que asume una princesa. Destellos de luces iluminan al pasar, y su escolta cumple a cabalidad con la seguridad que requiere una mujer de su estirpe.

Uno de sus guardaespaldas abre la puerta trasera de su carro de lujo. Sentada escucha una pieza de Beethoven y se deleita con su suavidad. No hay un detalle que empañe su imagen ni el estilo de vida de su majestad. Todos se apresuran a abrirle la puerta y a recibirla como tal. Vajillas finas listas en la mesa y un manjar para degustar. Ella sonríe y todos le siguen, saluda con garbo durante su andar.

Punto de agenda real

Concluye este punto de su agitada agenda, pero continúa sin detenerse porque su presencia es vital en otras tantas jornadas de beneficencia para ayudar a mujeres que, como ella, cuando está en su realidad, necesitan de la solidaridad de gente que cubra la desnudez de ‘una princesa’ que se cobija debajo de los elevados, que deambula por las calles, que no sabe su nombre, que no conoce nada de lo que fue ayer. Una de esas tantas soberanas que transitan entre el morbo de verla sin su ropa y la lástima de saber que no hay quien se conduela de su salud mental.

Sin ropa, pero con necesidades

Yo tampoco sé cómo se llama, pero como muchos de ustedes, sí la he visto en diferentes vías de la ciudad. Sus pies descalzos, su cuerpo cansado, su piel tostada por el sol, su mirada perdida, sus labios resecos y su cabello envuelto en un paño mal oliente solo hablan de la poca oportunidad que tienen algunos enfermos mentales de llevar una vida digna. Me la encontré recientemente y cuando le pregunté: ¿Quién eres? “Una princesa”, me dijo. Por eso hoy, la llevé a una ciudad fabulosa para, al menos yo, verla cumplir su sueño, aunque siga siendo una princesa desnuda.

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