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COSAS DE DIOS

Vecinos en el cielo

Alicia Estévez

Alicia Estévez

Murió Fico. El vecino de la acera de enfrente, en el Seibo. Desde la galería de mi casa paterna, mi mamá, que también falleció hace casi tres años, lo saludaba a gritos, como ocurre en los pueblos. Me parece escuchar su conversación: “¿Doña Mercedes? ¿Cómo está usted?”. “Hola, Fico, aquí media malosa”. Y, luego, él le decía que le tenía unas uvas y yo, ingenua de mí, como Fico era un conocido ganadero de nuestro pueblo, creía que ahora cultivaba uvas. Nunca pregunté, pero lo suponía porque si no, ¿de dónde sacaba esos ramilletes hermosos que vi tantas veces en la nevera de mi mamá, cuando la iba a visitar?

El misterio de las uvas

Después de la muerte de nuestro vecino de cinco décadas, mi hermana Libertad me reveló el misterio. Fico, Federico Oscar Morales Aybar, compraba las uvas aquí, en Santo Domingo, en un supermercado específico, donde él decía que estaban las mejores, y se tomaba la molestia de llevárselas a mi mamá, una viejita octogenaria, que lo vio crecer y hacerse novio de la bella Dolores, con la que Fico llegó a casarse en tres ocasiones y, ahora, es su viuda.

Sí, fuimos

En el velatorio que se le hizo a Fico aquí, en Santo Domingo, antes de trasladar sus restos a su amado Seibo, la hermana de Dolores, Miguelina, contaba sobre la nostalgia de su cuñado por el pueblo que conocimos de jóvenes y su extraña idea de que a su funeral no asistiría gente. Se equivocó, en el salón no cabíamos los amigos y parientes que fuimos a despedirlo. Algunos con lágrimas, como Karyna, su vecina más cercana, esposa de Carlos Goico, otro vecino nuestro de toda la vida y pariente de Fico.

Mantuvo un legado

De su lado, el padre Franchi Lluberes recordó la fe de ese hombre, igual a la de su madre, doña Saida, con la que ya se ha reunido, y de la que Fico, también, heredó su amor por las plantas. El maravilloso jardín de doña Saida, cuando ella partió, permaneció casi igual gracias a él. Siempre que miro hacia su casa, yo pienso en la fidelidad, el cuidado y el respeto de ese hijo por guardar un legado de su mamá que a otros puede parecer superficial, y no lo es. Un jardín requiere amor y dedicación y, con él, perfumamos el aire que nos rodea y embellecemos la vida de quien lo mira. Fico lo sabía, tenía un espíritu elevado, era un ganadero leído, eso me consta. Algunas veces, llegó a llamarme para debatir temas que le preocupaban, con su estilo jocoso, abordaba situaciones difíciles con tanta gracia que yo no paraba de reír durante la conversación.

No pierdan la costumbre

Y ahora se fue. En la funeraria estaban su viuda, su nieto amado y sus hijos Melina y Fiquito. A Melina, la última vez que la vi, antes de ese momento, iba vestida de novia, nuestros vecinos tuvieron la gentileza de invitarnos a su boda. Ante el cadáver de su padre, abracé a Fiquito, un hombre con un hijo adulto, en quien siempre pienso como si aún fuera un niño, el bebé a cuyo primer año asistí emocionada porque era una gran fiesta. Espero que él, y su tío Ramón Elpidio, cuiden el Jardín de doña Saida y mantengan la costumbre de saludar de acera a acera, ahora, a mis hermanos que tanto lamentan la muerte de Fico, por cuya alma buena rogaré siempre, hasta que nos reencontremos. Ojalá, también, seamos vecinos en el cielo.

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