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COSAS DE DIOS

Telaraña

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Alicia EstévezSanto Domingo, RD

Hay una crisis de soledad, de gente que se ha ido aislando, replegándose, en sus casas y en el interior de sus corazones. Y la soledad no es buena consejera. Tras de ella, si no estamos alerta, llega la tristeza y se marchan la alegría y la paz. A la epidemia del coronavirus ha seguido otra, la de enfermedades mentales. Si antes de esta crisis sanitaria había muchas personas sumidas en la depresión, la ansiedad y otros trastornos emocionales, me atrevo a decir que ese número se ha disparado y que su crecimiento, contrario a lo que ocurre con el COVID 19, aumenta por día.

Asesina de relaciones Los muertos de esta segunda epidemia no se contabilizan. Además de terminar con vidas humanas, suicidios, gente que se lanza de edificios o al mar, crímenes en el seno del hogar, sobre todo contra las mujeres, y aquellos productos de enfrentamientos absurdos, por no ceder el paso en la vía o por un estacionamiento, sumado a todo eso, muchas relaciones de pareja, familiares y de amistad han muerto en los últimos dos años.

A prueba El amor, la solidaridad y la lealtad han sido puestos a prueba, una y otra vez, sin respiro, y han perdido tantas batallas. El COVID muestra quién está dispuesto a jugarse la vida por ti y quién no está dispuesto a arriesgar nada. Y perdonar se hace difícil. Porque nos creemos merecedores de recibir lo que damos. Esperamos cobrar los intereses del capital invertido en el cuidado y el apoyo a otros, pero eso casi nunca funciona así.

Los otros Por otro lado, andamos con la sensibilidad a flor de piel y resulta fácil que se nos salgan, por la boca, algunas de las alimañas que anidan en nuestros corazones sometidos a tantas pruebas. De ahí que le estaba pidiendo al Espíritu Santo que me cubra, con una especie de burbuja, de manera que no me hieran las palabras ni las acciones ajenas. No obstante, mi petición estaba errada. Al asistir a misa, durante el sermón, el sacerdote llamó a pensar en los otros, más que en nosotros mismos, en tanta gente que sufre, sola o acompañada, de luto o muy herida. Dijo que debemos cuidar, con mucho celo, nuestro corazón, para no anidar en él sentimientos mezquinos, y vigilar, asimismo, lo que decimos. Que actuemos como si los labios fueran una puerta cerrada que abriremos con cuidado. E insistió en perdonar, pedir a Dios que nos sane del alma porque, al final, nuestra reacción va a depender de lo que llevamos dentro. Aunque por fuera no lo parezca, a veces, anidamos una tela de araña donde hemos atrapado alimañas, esas que llevan por nombre envidia, orgullo y rencor.

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