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HISTORIAS DE LA VIDA

Marcada por la desgracia: a los tres años de edad ya la llamaban “la niña asesina”

Jenniffer Moquete sufrió desde niña el desprecio de gente que la condenaba por las irresponsabilidades de los adultos. Foto cortesía de la entrevistada

Jenniffer Moquete sufrió desde niña el desprecio de gente que la condenaba por las irresponsabilidades de los adultos. Foto cortesía de la entrevistada

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Marta QuélizSanto Domingo, RD

Hoy tiene 34 años de vida y muchos otros de silencio. Ha sufrido callada. Ha llorado y superado pruebas que tal vez pocos serían capaces de enfrentar. Su nombre es Jenniffer Moquete, la que cuando niña sufrió el desprecio de gente que la condenaba por las irresponsabilidades de adultos.

Para que entiendan su historia, ella a los tres años de edad, ya cargaba con la estampa de “la niña asesina”. “Tuve una niñez muy mala, pésima. Cuando apenas tenía tres años, como toda niña curiosa, mi mamá salió al colmado y me dejó con uno de mis hermanos, que tenía un año. Yo tomé unos fósforos y sin saber qué hacía, lo prendí. La casa se quemó con nosotros dos adentro, lograron salvarme a mí, pero a mi hermanito no”. Con este fuerte relato comienza Jenniffer a contar la historia que ha marcado su vida.

“Es ahí que comienza mi desgracia”. Esto lo cuenta con el evidente dolor que le acompaña. “Después de ese hecho, mis padres se divorciaron. Mi padre le compró una casita a mi madre para que viviera conmigo y dos hermanos más, Angelo y Jonathan”, sigue contando sin dejar de ofrecer datos que testifican su sufrimiento. “De paso te cuento que mi hermano Jonathan es ciego porque a causa de una caída perdió la vista cuando pequeño”.

Precisamente por esta razón, su madre se ve en la necesidad de enviarla a ella y a Angelo para el campo. Y es en ese lugar donde empieza a crecer con los traumas que genera una etiqueta tan triste como la de "asesina". "Nadie me quería porque decían que yo había matado a mi hermanito. Comencé a rodar de casa en casa, y crecía escuchando a todos decir esto”. Ella admite lo difícil de esta parte, pero ya está decidida a romper el silencio.

En la boca del lobo

¡Por fin llega a una casa donde la acogen! Jenniffer creía que ya lo malo había quedado atrás. Ya tenía ocho años de edad, y sabrá Dios cuántos de sufrimiento. El hacer oficios pese a ser tan pequeña, poco le importaba porque solo quería estar tranquila. Esa paz duro poco. “Un mal día, fui violada en esa casa”. Es difícil asimilar tanta crueldad., y una pausa se hacía necesaria. “Fue algo grande, grande… Tanto que, me llevaré a la tumba el nombre de esa persona que me terminó de desgraciar la vida. Que ha hecho que yo viva amargada y llena de tristeza. Nunca dije quién fue y nunca lo diré”.

De seguro que es un párrafo difícil de leer. De escribir lo fue. Entonces, hay que imaginar cuán triste fue pasar por esta prueba de la que la protagonista de esta historia aún no se repone.

“Luchaba con todo lo que me había pasado desde mis tres años con lo del incendio, ahora tenía esto. Sin asimilar bien todavía lo que este abuso me había causado, seis años después, ya con 14 años, mi padrastro mató a mi mamá. Eso acabó conmigo”. Al añadir este dato también acaba con el deseo de seguir conociendo una historia tan desgarradora como la suya. Pero había había que seguirla.

De pronto cree que suaviza la conversación cuando dice: “Cambiemos el tema”. Pero no fue así. El que escogió tiene que ver con el mecanismo de defensa que utilizó para escapar de tanto dolor. Se casó a los 14 años. Es decir, otra tragedia porque no tenía la edad para asumir un matrimonio y mucho menos arrastrando con tantos hechos funestos desde la infancia. Tiene dos hijos, un adolescente de 13 y una niña de ocho.

“He pasado mucho trabajo, pero haber sido violada es lo que más me ha dolido”

“He tenido muchas noches de desvelo, pero vivo por fe. Creo en Dios y eso es lo que no me ha dejado caer, aunque he pasado por muchas, pero te confieso, lo que más me ha marcado ha sido haber sido violada y sin poder decírselo a nadie porque esa persona me amenazaba con matar a mi madre”. Aquí hay silencio profundo, pero también hay ganas de desahogo.

Las tragedias en la vida de Jenniffer Moquete no se quedan ahí. “Yo lloraba mucho porque también mi padre se desapareció y yo quería estar con él y con mis demás hermanos que el tuvo en su otro matrimonio. Mi madre también tuvo dos hijos más, a Joel y a Jorquín, quienes no han podido estudiar porque no tienen documentos”. Su tristeza es evidente cuando toca este tema. Ella no tiene cómo ayudarlos.

Las pruebas no paran. Ya con un hijo, Jenniffer se separa de su pareja, la que más tarde pasó a formar parte de los tantos dominicanos desaparecidos. Desde el año 2014 nadie sabe de su paradero. “Es decir, que a mi hijo también le ha pasado lo que a mí, no sabe de su padre”. La niña tiene otro papá.

Uno los sucesos que también la han marcado fue la muerte en un accidente de su hermano Angelo, con quien vivió su infancia. Hace ya unos años y aun sufre por su partida.

Sus temores

Es una madre “mil por mil”. Así se define. Por eso pide a Dios que no permita que sus hijos sean víctimas de maltrato. “Para mí, la violencia de género marca al ser humano para siempre. Es algo que te deprime y te muestra que la vida no vale nada”. Por eso, sin pensarlo dos veces dice: “Defino mi historia de vida como muy trágica, con mucho miedo al futuro porque siento que nací para la desgracia”. Escuchar eso duele hasta en los huesos.

Entre sus miedos está el que sus hijos se queden huérfanos. “Hay tres cosas que no quiero para ellos, que sean abusados, que sean delincuentes y que se queden sin mí, huérfanos”. Habla desde su experiencia, y ruega al Todopoderoso que la ayude a darle una mejor vida a sus hijos, que le conceda la dicha de lograr un trabajo estable y seguir capacitándose en el área de enfermería, que es lo que ha estudiado.

“En un futuro quiero ser una licenciada para ayudar a mis hijos, y a mis tres hermanos, al que es ciego, y a los otros dos que se han quedado sin estudiar por falta de acta de nacimiento”, comenta ahora más empoderada que asustada.

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