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COSAS DE DIOS

Desde el contén

Alicia Estévez

Alicia Estévez

Era temprano, en la mañana, todavía no habían barrido el parque, de manera que el contén estaba lleno de pequeñas hojas secas arrastradas por la brisa. Marrones, amarillas, algunas rotas, su siglo de vida había terminado y solo les quedaba ser abono para la tierra, como nosotros cuando morimos.

Cerca del ayer

Esas hojas estaban muy cerca, al pie de los árboles, donde, alguna vez, fueron hermosas, verdes y brillantes, rebosantes de savia, llenas de vida. Allí estuvieron, como las que forman, ahora, las copas de esos mismos árboles, y miran al mundo desde otra dimensión, no al pie de la cuneta, sino desde lo alto.

Si tuvieran alma

Me dije que las hojas del contén ocuparon, también, la cima. Algunas, quizá, crecieron justo en el lugar más alto, como las muy verdes que contemplé, luego, al levantar la vista de la acera y mirar hacia el cielo. Desde ese punto, tan elevado, es muy probable que cayeran hacia el contén y, ahora, si las hojas pensaran, si tuvieran almas, como nosotros, voltearían hacia arriba, a donde pertenecieron antes por un tiempo tan corto.

¿Qué se siente?

¿Qué se sentirá, me pregunté, cuando acaba nuestra existencia, mirar a otros ocupar el espacio que una vez tuvimos? Y pensé que todo depende de lo que hagamos cuando estamos arriba, encima de la copa del árbol. Desde allí, por ejemplo, para las hojas, si dispusieran de ojos, hay una vista espectacular del horizonte, pueden contemplar, incluso, el mar.

Otra óptica

Pero, si en lugar de disfrutar el paisaje, el calor del sol y la frescura de la lluvia, las hojas escogieran mirar hacia abajo, temiendo el momento en que les tocará caer, convertirse en polvo o abono. Si permanecieran preocupadas por su proceso de maduración, tratando de evitarlo o, al menos, retrasarlo, desperdiciarían su existencia y, en el momento final, caerían desde lo alto dejando escapar un grito de dolor para, ya en el contén, entonces, mirar hacia arriba, y envidiar a los retoños de las nuevas hojas. Si fueran humanas, algunas hojas morirían, incluso, sin conocer todo el entorno que las rodea porque, por la fuerza de la costumbre, se mantendrían enfocadas hacia el mismo lado y no se tomarían la molestia de voltear a ver qué queda desde otro ángulo.

Finales diferentes

Para las hojas que vivan así, el contén debe ser un infierno. Una segunda muerte, a la espera de desaparecer por completo, sin nada bueno que recordar más que la angustia del pasado vivido, de cara a la acera, mientras estuvieron encima de la copa. Distinto será para quienes disfrutaron el paisaje, el sol, la lluvia y la sensación de vivir que les proporcionaba la savia fluyendo por ellas. Para esas hojas, el contén será un lugar donde descansar, allí habrán de rememorar, con alegría, el recuerdo de haber estado en la cima del árbol hacia donde mirarán, no cabe duda, con gratitud.

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