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COSAS DE DIOS

Dos testigos

Los vi a lo lejos, de espaldas, sentados en el primer banco de la iglesia. A él lo reconocí de inmediato, me dije, ese es don Ismael Peralta. A su lado, estaba una señora en silla de ruedas, no creí que fuera su esposa, doña Rosa, a quien vi perfectamente la última vez que hablamos. Pero, mientras transcurría la misa, y los observaba a distancia, quedaba cada vez más claro que tenía que ser ella, su compañera de toda la vida, la madre de sus cinco hijos. Esa guerrera que yo conocí, y quise desde el primer día, cuando luchaba para que sus hijos, tres de ellos con sordera, pudieran estudiar y alcanzar metas que muchos consideran les está vedada por esa condición.

Otras como ella

En esa época, hablábamos mucho, a menudo, y, de su mano, conocí otras madres como ella y jóvenes como sus hijos, talentosos, capaces de vencer cualquier limitación. Pero, que recuerde, no creo que tocáramos el tema de la fe, todavía no me congregaba en la iglesia.

Inspira paz

Hace varios años, dejamos de vernos con la frecuencia de antes, pero siempre que coincidíamos, en algún lugar, venía el abrazo. Si a quien veía era a su marido, él me transmitía los saludos de doña Rosa, una mujer dulce, que inspira paz. Y, que, para mi sorpresa, era la señora en silla de ruedas, junto a don Ismael, en la misa.

Gesto noble

Antes de dar la bendición, el sacerdote anunció que una persona quería compartir su testimonio para agradecer a Dios por un milagro. La protagonista de ese gesto noble, como el del único leproso, entre diez curados, que se devolvió para agradecer a Jesús, era mi querida doña Rosa. Ella no ofreció detalles de la condición de salud por la que atravesó, pero explicó que fue muy delicada, durante sesenta días se temió por su vida. La mano de Dios permitió que rebasara la gravedad y estuviera allí, valiente, ante todos nosotros, hablándonos del amor de nuestro creador, de su misericordia, de que para Él no hay diagnósticos, ni barreras invencibles, Él es Dios, lo puede todo, no hay dudas, solo necesita nuestra fe. La de doña Rosa y su familia, estoy segura, debe ser muy grande pues logró arrancar semejante milagro.

Regalo

Hoy, en que muchos nos sentaremos a la mesa, junto a los seres que amamos, reunidos como la familia de Nazaret, quise compartir este testimonio que no es solo de doña Rosa, su esposo, don Ismael, atento, solícito, tomándola de la mano mientras ella se dirigía a la feligresía, también nos evangelizaba a todos. Qué regalo de Navidad tan hermoso nos entregó el Señor, ser testigos de lo que puede obrar su amor. Él permita que, esta noche de Nochebuena, ese amor se derrame en nuestras familias a través de nosotros, que seamos Sus testigos, como doña Rosa y don Ismael. Que así sea.

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