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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Los hijos nunca crecen

Marta Quéliz

Marta Quéliz

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Marta QuélizSanto Domingo, RD

Hace unos días, una persona muy querida me preguntó por mis “niños”. Aunque ya ellos no lo son, de inmediato respondí sin aclarar que ya habían crecido, porque para las madres los hijos siempre son pequeños. Claro, ella utilizó el término porque como hace mucho no los ve, asume que el tiempo no ha pasado por ellos. Esto me dejó pensando en cómo los años llegan, se van, y te van cambiando la vida. Te das cuenta que esos bebés que necesitaban de tus cuidados son los que están pendientes de ti.

Roles cambiados

Lo analizo y no sé si ponerme nostálgica o feliz de ver que, aunque para los padres ellos nunca crecen, en realidad sí lo hacen. Se convierten en hombres y mujeres dispuestos a enfrentar la vida y asumir sus compromisos. Se cambian los roles, ese pequeño o esa pequeña que tú alimentabas es quien se preocupa porque te alimentes. Esas personitas a las que les buscabas la vuelta para calmar su llanto, son hoy quienes secan tus lágrimas. Esos tesoros que protegías con todas tus garras, son luego los que valoran lo mucho que vales para ellos y por igual están dispuestos hacer de todo para salvaguardar tu integridad y felicidad.

Fabulosa coincidencia

Quienes me conocen saben que Manu y Dali son el motivo más grande que me ha dado la vida para agradecerle al Todopodeoso, quien también me dio el privilegio de que ambos, sin ser mellizos, compartieran la misma fecha de cumpleaños. Ese día se acerca y, justo con la interrogante de que dónde están mis niños, es que pienso en todos los momentos hermosos que ellos me han regalado. Pienso en esa fabulosa coincidencia de que celebren juntos un año más de vida. Admiro que tengan tantas cosas en común, que se entiendan con un simple guiño de ojo, que se reían de los mismos chistes, que se amen tanto, que compartan los mismos valores, que se protejan y que tengan esa complicidad que a veces siento solo existe en una ciudad fabulosa.

Un viaje a través del tiempo

La reflexión a la que me ha llevado la pregunta de mi amiga, también me ha permitido hacer un viaje a través del tiempo. Es ahí que me remonto aquellos años cuando mis amados hijos Manuel Enrique y Dalia eran pequeñitos. Pese a que sus ojitos tenían otra mirada, hoy a través de ellos puedo leer sus sentimientos. Sabía cuándo querían algo, y ahora no importa que sean adultos, sigo advirtiendo qué les preocupa o entristece sin que digan una sola palabra, y así sucesivamente. Y sé que no soy la única, y por eso es que, aunque para los hijos los padres siempre somos viejos, para los padres los hijos nunca crecen.

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