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REALIDAD Y FANTASÍA

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María Cristina de CaríasSanto Domingo, RD

He estado ausente del país por un tiempo, no intento hacer una crónica de viajes pero sí me gustaría compartir algunas experiencias.

Primero debo manifestar que definitivamente este es el país más bello del mundo y el más agradable para vivir. A pesar de la carestía de la vida de la cual nos quejamos constantemente. De la inseguridad que nos asusta por ser un elemento antes desconocido en nuestro medio. De los apagones que trastornan nuestro diario vivir. Del mal estado de calles y carreteras y de tantas otros inconvenientes que nos ponen de mal humor.

Vivir en Europa significa un gasto extraordinario, la vida es sumamente cara, aún para los europeos. Con los sueldos que percibe un profesional, aquí viviría como un príncipe. Es verdad que cuentan con comodidades y un Estado que les provee de todas las necesidades, además de un bagaje cultural extraordinario. Pero a costa de un trabajo constante y tesonero, aquí los que hacen eso mismo se convierten en potentados.

Inglaterra, por ejemplo, es tan cara que un viaje en taxi desde el aeropuerto hasta el hotel en el sector de Kensington, me costó la friolera de cincuenta libras, ¡el equivalente de cien dólares!

Inglaterra es indudablemente bella, tanto el campo como la ciudad gozan de una vegetación esplendorosa. Londres está adornada de enormes parques, anteriormente jardines y cotos de caza de la realeza. El campo constantemente matizado con arboledas y bosquecillos es una delicia para la vista, amén de las poblaciones con sus casitas cubiertas con paja.

Bello como una postal para verlo desde un autobús, el clima es atroz por no decir un término más absoluto. En pleno verano llueve con frecuencia y la temperatura se mantiene en 20 grados o 23 a lo sumo. Con razón los ingleses abandonan sus verdes campos y ciudades llenas de históricos edificios para buscar las playas del Mediterráneo y, si pueden, las del Caribe.

En Francia sucede lo mismo. Indudablemente es un país bello e interesante pero el clima obliga a los franceses a buscar el sol en sus playas de la Costa Azul que, dicho sea de paso, solo son un montón de piedras en casi todas ellas y además el agua es sumamente fría. La playa como nosotros la conocemos no existe en esas latitudes.

España, por otra parte, es un caso diferente. Los verdes campos y bosquecillos de Francia e Inglaterra son escasos. La mayor parte del territorio es de escasa vegetación, en muchas partes luce desertizado. En alguna ocasión el cantante Julio Iglesias manifestó que buscaba para sus hijos un lugar de futuro por lo que había escogido la República Dominicana, porque España, a su entender, en doscientos años, será un desierto como el Sahara. Talvez exageró el famoso cantante, pero la verdad es que el país luce bastante parecido a Haití. Me sorprende mucho que el Gobierno español no esté tomando medidas para contrarrestar el problema, como lo hace Israel.

En España el problema del verano es el calor, canícula propia del desierto. En Córdoba, cuando estuve allí, la temperatura mediaba en 48 grados a la sombra.

Las famosas playas de la Costa del Sol poseen hoteles y facilidades fantásticas, pero aquello de la playa… digamos que deja mucho que desear.

En cuanto a la seguridad, esto es harina de otro costal. Aquí estamos atemorizados por una ola de delincuencia, producto de los dominicanos expulsados de territorio norteamericano, después de cumplir sus condenas por crímenes cometidos allí.

En Europa existe este tipo de criminalidad por donde quiera, pero a esto se agrega el terrorismo que se ha convertido en una especie de peste.

Aquí, gracias a Dios, por ser un pequeño país tercermundista del Caribe, no tenemos ese flagelo. Si podemos ir a pasear por Europa, magnífico, nos damos un baño de cultura, disfrutamos del Viejo Mundo, pero luego volvemos a nuestro bello país, con sus playas de arena blanca, sus palmeras y su agua tibia y transparente. Sus campos verdes y perfumados y el calor de nuestro pueblo, simpático, amable y cooperador, dispuesto siempre a hacerle un favor al prójimo.

No hay como volver a casa, a comerse la mejor comida del mundo, como dice un anuncio que suena por la radio, a compartir con los amigos en reuniones y fiestecitas llenas de alegría, música y baile. Sin que sean las fiestas patronales o cualquier otro acontecimiento. ¡La música y el baile son parte de nuestro diario vivir!

Vuelvo convencida de que vivo en el mejor lugar del mundo y que con buena voluntad y cooperación todos podemos mejorar los inconvenientes que nos molestan para realmente habitar en el paraíso.

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