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MEDIOAMBIENTE

América, cuna de leyendas y pasiones por los árboles

Los cubanos giran tres veces en torno a la "Ceiba Mágica", árbol sembrado en El Templete en La Habana. EFE/Alejandro Ernesto

Los cubanos giran tres veces en torno a la "Ceiba Mágica", árbol sembrado en El Templete en La Habana. EFE/Alejandro Ernesto

El cantautor argentino Atahualpa Yupanqui escribió la canción «El árbol que tú olvidaste», título imprescindible para una tierra, América, que ha hecho de los árboles protagonistas de la creación del mundo y espacios sagrados para el ser humano, y que aún hoy en día mantienen una relación imprescindible y mágica.

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--- Para el naturalista Ignacio Abella, los árboles más apreciados e importantes del planeta “son aquellos que producen recursos, pero incluso por encima de éstos, determinadas especies de árboles grandes y longevos han tenido una relevancia tradicional como árboles sagrados. Es lo que la antropología denomina dendrolatría”.

--- La tradición consiste en enterrar el cordón umbilical que se seca y cae al cabo de unos días del nacimiento, al pie del árbol preferido. “Podía ser un mango, un cocotero o cualquier otro que, a partir de ese momento, se convierte en un hermano de savia que acompañará a la persona y será, de algún modo, su raíz, el lugar al que regresar”.

--- Las plantas y los árboles tienen usos alimenticios, medicinales y utilitarios, pero también una potencia espiritual. En muchos lugares están consagrados a determinados dioses o espíritus, donos, orishas o como se les denomine en cada lugar.

Ignacio Abella, naturalista y escritor, desde una edad temprana se dedicó a la vivencia y al estudio de los árboles, el bosque y la naturaleza en general, tanto desde el punto de vista científico como el de la tradición popular.

Entre sus libros publicados figuran, “La magia de los árboles”, “El hombre y la madera”, “La memoria del bosque”, “Árboles de Junta y Concejo”, “La cultura del roble”, “La cultura del tejo” o “Regreso a los bosques”.

HERMANDAD CON EL SER HUMANO.

Ignacio Abella explica a Efe la razón por la que son sagrados los árboles en el continente americano, de los que la cultura ancestral ha elaborado leyendas que aún se mantienen vivas, y en las que los árboles son protagonistas de la estrecha hermandad y necesidad entre el ser humano y la naturaleza.

Para Abella, los árboles más apreciados e importantes del planeta “son aquellos que producen recursos, pero incluso por encima de éstos, determinadas especies de árboles grandes y longevos han tenido una relevancia tradicional como árboles sagrados. Es lo que la antropología denomina dendrolatría”.

“Es el caso del pino blanco de los iroqueses, (Confederación nororiental de nativos americanos) que tiene un papel primordial en los mitos de este pueblo norteamericano como árbol de la paz que aglutina, simbólicamente, las diferentes tribus acogidas en su federación”, señala el escritor.

Añade que, en América Latina, “la ceiba es venerada en todas las regiones tropicales. Además, entre los mayas, era el árbol sagrado de reunión y en las leyendas del principio del mundo, es el que sostiene el universo”.

MARAVILLOSOS MITOS Y LEYENDAS.

La araucaria o pehuén es la especie que en el Cono Sur vive en una relación cultural simbiótica con los pehuenches, las gentes del pehuén (Chile), que se alimentan con su fruto y actúan como auténticos guardianes de sus bosques. Pero “entre medias una infinidad de árboles diferentes han inspirado maravillosos mitos, leyendas y rituales desde tiempo inmemorial”, destaca Abella.

El investigador nos ofrece una de las leyendas, conocida bajo diferentes versiones en los distintos pueblos de la cuenca del Orinoco, uno de los ríos más importantes de América del Sur, que nace y discurre en Venezuela, atravesando una parte de Colombia hasta desembocar en el Océano Atlántico.

“Entre los piaroa (o wothuja) de Venezuela se cuenta que la montaña Autana (Kuaymayojo en la lengua indígena, cerca de la frontera con Colombia), tiene la forma de un enorme tocón (parte del tronco de un árbol que queda en el suelo y unida a la raíz cuando es talado por el pie) porque es el último resto del gran Wahari-Kuawai, el Árbol de la Vida, que traía en sus ramas todos los frutos del universo”.

Abella cuenta esta leyenda de los piaroa, según la cual al principio del mundo nadie necesitaba trabajar porque todos encontraban los frutos y alimentos necesarios en el Wahari-Kuawai.

“Todos eran felices, - continúa el naturalista- hasta que la ardilla, el tucán y el pájaro carpintero, antepasados de los humanos actuales, empezaron a talar el árbol para recoger todos sus frutos de una vez. Cuando al fin cayó, todos los frutos se pudrieron enseguida y las enormes ramas taponaron el curso de los ríos provocando catastróficas inundaciones”.

“Llegó así el tiempo del hambre y, para recordar el daño, el dios Wahari (que creó al pueblo piaroa) conservó intacto el tocón del árbol Wahari. Es el actual cerro Autana, sagrado para los piaroa y protegido por la ley venezolana”.

También en Brasil, pinturas prehistóricas con miles de años de antigüedad, atestiguan ya rituales y danzas sagradas en torno a los árboles que han tenido una continuidad a lo largo del tiempo hasta nuestros días.

EL CORDÓN UMBILICAL JUNTO AL ÁRBOL.

“Hay infinidad de tradiciones, quizá una de las más hermosas es la de hermanar al niño recién nacido con un árbol. Nos lo han contado en México, Nicaragua, Las Antillas, Chile… y supongo que existe en muchos otros países”, indica el especialista.

La tradición consiste en enterrar el cordón umbilical que se seca y cae al cabo de unos días del nacimiento, al pie del árbol preferido. “Podía ser un mango, un cocotero o cualquier otro que a partir de este momento se convierte en un hermano de savia, que acompañará a la persona y será de algún modo su raíz, el lugar al que regresar”, indica Abella.

“Toda una declaración de amor a la Madre Tierra que establece un lazo de afecto e identificación y que tiene un fundamento didáctico impresionante. Esta costumbre sigue practicándose y conociéndose como ‘enterrar el ombligo’”, agrega.

Por lo general la espiritualidad de los pueblos que conservan la memoria y su tradición, no está separada de la vida cotidiana y las necesidades vitales.

Según Abella, “entre los mapuches, las mujeres y los hombres machis, que detentan los conocimientos tradicionales, se ocupan de los rituales e igualmente de la salud física y psíquica de su gente”.

Según el experto las plantas y los árboles tienen usos alimenticios, medicinales y utilitarios, pero también una potencia espiritual. En muchos lugares están consagradas a determinados dioses o espíritus, donos, orishas o como se les denomine en cada lugar.

“Existen numerosos rituales para congraciarse con estas presencias, muchas veces se dejan ofrendas a sus pies – dice Abella-. Incluso en la santería cubana se pide permiso a la ceiba sagrada para pisar su sombra y se considera ese espacio como un verdadero templo al que se acude como lugar de oración”.

En general, para el escritor naturalista, los árboles “son para todos los pueblos de este planeta “una bendición”, nos dan de comer e incluso podríamos decir que bebemos y respiramos gracias a ellos. También proporcionan medicinas, leña y madera y una infinidad de recursos”.

BIODIVERSIDAD Y VIDA ESPIRITUAL.

La antropología utiliza la palabra dendrolatría para referirse a los cultos a los árboles en las diferentes tradiciones. Pero “las creencias y relaciones espirituales con los árboles y el bosque son tan diversas que difícilmente pueden resumirse con un solo término”, subraya Abella.

El investigador lo ejemplifica así: “Fanny Ávila y la abuela Ernestina Arias, de la comunidad Kuna Yala, en las islas panameñas de San Blas, nos hablaban de la veneración de su pueblo hacia el árbol Palu-wala y la naturaleza en general, hasta el punto de que en sus pueblos conservan porciones de territorio virgen para preservar la biodiversidad y la vida espiritual que reside en la floresta”.

El escritor se lamenta al asegurar que, “en pocas décadas, a causa del cambio climático, estas islas y toda esta cultura quedará cubierta por el mar”.

“Pero podemos aprender que el conocimiento y el amor hacia la naturaleza debería servirnos para dejar de ser depredadores y convertirnos en simbiontes que conviven con el mundo que les rodea”, concluye Ignacio Abella.

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