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REALIDAD Y FANTASÍA

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María Cristina de CaríasSanto Domingo, RD

La víspera de Reyes era la noche más larga de todo el año, era eterna, no acababa nunca, a pesar de que nos íbamos a la cama exhaustos, después de tantas emociones, tras haber contemplado la cabalgata de los Reyes Magos y, luego, en casa, haberles puesto grama a los camellos y ron y cigarrillos a los Reyes Magos.

Mamá nos ayudaba en la tarea de servir las tres copas para los Reyes, en tanto que papá buscaba los cigarrillos y le decía a mi madre, año tras año, que a Baltasar lo que le gustaba era el whisky, a lo que mamá respondía siempre que era el ron, porque ella lo había leído en las memorias de Santa Ana.

Nunca pude dormir mucho durante esas largas noches. Nerviosa, daba vueltas en la cama atisbando a ver si lograba ver a alguno de los santos Reyes depositar los juguetes al pie de mi cama. Por fin me dormía para soñar con camellos y caballos, reyes y juguetes, hasta que el primer rayo de sol me despertaba con la increíble sorpresa de que había llegado el anhelado día.

Luego, ¡qué maravilla!, los juguetes soñados con tanta ilusión estaban allí, al pie de mi camita, y a mí me quedaba en el fondo del alma el resquemor de los huidizos Reyes Magos, que aprovechaban para llegar justo en los minutos en que yo descabezaba un sueñecito.

Existe en la sala de mimbres de la Casa de Tostado, un cuadro de buen tamaño. Es un óleo sobre tabla que conmemora la Adoración de los Reyes Magos. El cuadro, de autor desconocido, aunque muchos entendidos lo atribuyen a Juan de Juanes, presenta a los Reyes arrodillados delante de María, quien sostiene al Divino Niño en su regazo. Los Reyes Magos, a la izquierda de la composición, hacen su ofrenda de oro, incienso y mirra.

En el centro de la pintura, una figura arrodillada y con una mano en tierra, se encuentra en ademan de avanzar hacia el Niño. Es un anciano de luengas barbas blancas, vestido con una túnica que le cubre parte del cuerpo, mientras el brazo que se apoya en la tierra, el hombro y parte del torso, están desnudos.

En primer plano justo delante del personaje de las barbas blancas, la base de una columna dórica delata el origen renacentista del cuadro. En el ángulo derecho, Melchor, el rey negro, camina hacia el lugar en donde se encuentra el Divino Niño, con su ofrenda de mirra en la mano. La otra mano del personaje sujeta la amplia túnica. Sus morenas piernas desnudas surgen de altas botas, similares a aquellas usadas por los moros.

Detrás suyo, dos personajes conversan con un tercero que se encuentra de espaldas. El primero de ellos está vestido con un traje a la usanza del siglo XV. En tanto que un esclavo, desnudo de la cintura para arriba, lo hala. Un soberbio caballo tuerce su magnífica cabeza blanca. La destreza de la composición, de gran vitalidad y movimiento, llega aquí a su punto de más alta perfección. Se trata de un caballo pintado por mano maestra. Ningún pintor de menor rango hubiera sido capaz de ejecutar tan soberbia cabeza. Detrás viene la caravana de hombres y animales que se pierde en lontananza.

En tanto que la pintura está iluminada con una luz clara y brillante en torno al Niño y los Magos, el fondo y el cielo a lo lejos son oscuros y sombríos. La pintura es una soberbia paleta de amarillos que producen la sensación de luminosidad y riqueza que contrasta con el suelo oscuro y el cielo plomizo.

San José, colocado detrás de la Virgen, de pie y con actitud seria y pensativa, está enmarcado por las líneas geométricas del establo. A la izquierda, los ángeles se asoman a contemplar la escena de regia pleitesía. La Virgen, envuelta en ropas oscuras, contempla en su regazo al Niño Jesús, cuyo desnudo cuerpecillo destaca sobre la ropa materna como una exquisita joya sobre terciopelo oscuro.

La Adoración, uno de los más bellos cuadros que existen en el país, fue comprado por el entonces presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, quien, seducido por la belleza de la tabla, la adquirió personalmente en Montecristi, para destinarla al Museo de Tostado.

La tabla fue restaurada por Julio Llort.

La pintura no tenía un marco apropiado por lo que se buscó, en Europa, uno que fuese de la misma época y del tamaño apropiado. La empresa, bastante complicada, fue llevada a feliz término por el arquitecto Cristian Martínez, quien localizó el marco perfecto en una casa de antigüedades de Roma. Se trata de un marco de madera tallada en tres cuerpos, divididos por espacios lisos. La talla consiste en motivos vegetales, conchas y acordonamiento. El rico marco complementa perfectamente la hermosa pintura.

El personaje central de barba blanca, seguramente el ofrendante, presencia de esta forma eternamente la llegada de los Reyes magos cuando entregan sus regalos al Niño Jesús, en tanto los ángeles del cielo contemplan el homenaje y María y José protegen al Niño.

¡Y yo que tanto quise ver la llegada de los Santos Reyes siempre me la perdí por echar un sueñecito!

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