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REALIDAD Y FANTASÍA

El discreto encanto de los muebles María Teresa

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María Cristina de CaríasSanto Domingo, RD

La mecedora María Teresa forma ya parte de nuestra tradición, la asociamos a nuestro romántico pasado y la miramos como algo propio. Es sentimentalmente tan nuestra como la calle El Conde, las retretas en el parque, el dulce de leche, los coches de caballos, en fin, la amalgama de olores, sensaciones, objetos, sabores y afectos que componen nuestros recuerdos.

En realidad, los muebles María Teresa no son dominicanos de origen, pero ¿quién lo es?, me pregunto yo. Todos, en esta o en anteriores generaciones, vinimos de otras partes a este pedazo de isla y arraigamos aquí. Esta tierra tiene la virtud, muy particular a mi modo de ver, de dominicanizar a todo el que viene a vivir en su suelo, sea español, italiano o chino.

Así sucedió con los muebles María Teresa. Fueron hechos en las fábricas de Grand Rapids, Michigan, en Estados Unidos, cuando en la segunda mitad del siglo antepasado, la expansión norteamericana al oeste provocó una demanda de muebles baratos, ligeros, desarmables y fáciles de trasportar. Eran mueble hechos en serie de maderas baratas: pino rojo, olmo y roble, por lo general con el asiento y el respaldo de pajilla, este curvado y decorado en su parte superior e inferior, calado con balaustres y pajilla en el centro. En el frente, el faldellín terminado en curvas.

Tanto la mecedora como las sillas tienen doble travesaño en las patas, con torneados en el frente. El éxito fue inmediato y la demanda inmensa. Muy pronto Grand Rapids estaba surtiendo de muebles al medio oeste y el oeste, en constante expansión. Como si fuese poco, empezaron a atender demandas provenientes de las islas del Caribe y de Sudamérica. Así fue como los muebles María Teresa se volvieron elementos del diario vivir en miles de hogares a lo largo y ancho del continente.

A pesar de su origen humilde y de su fabricación en serie, no dejan de tener gracia y encanto. Indudablemente que jamás pueden ser comparados con las piezas fabricadas por los grandes ebanistas europeos que, dentro de las artes decorativas, se elevan a la categoría de obras de arte. Pero son muebles graciosos, de líneas armoniosas, proporcionados, ligeros, frescos y se adaptan perfectamente a este clima tropical. Además, parece que están destinados a no pasar nunca de moda, ingresando a la galería de muebles que por su línea bien lograda, sencilla y armoniosa, se adaptan a cualquier decoración, aun en los ambientes vanguardistas.

Claro que no fue así al comienzo. Los entendidos de la época pusieron el grito en el cielo, protestando. Allá por el 1877, en una revista llamada The American Architect and Building News escribían contra “ese despliegue de vulgaridad en el diseño que emana de la pueblerina Grand Rapids, trayendo desgracia sobre el buen nombre del mueble americano”. Pero el público en general estaba muy satisfecho, pues el precio bajo era más importante que el diseño y el gusto refinado. Aconteció que en esta tierra de gente pobre, austera y de costumbres sencillas, el mueble María Teresa se sintió en casa y tomó cartas de ciudadanía.

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