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REALIDAD Y FANTASÍA

Conmoción en la casona

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María Cristina de CaríasSanto Domingo, RD

En la amada casona, a veces sucedían episodios que trastornaban la vida cotidiana y daban al traste con nuestro mundo. Así una mañana tempranito, repiqueteó el teléfono largo rato, el ruido nos despertó y nos levantamos, sorprendidos y curiosos. La tía respondió a la llamada, mientras la gente menuda la rodeaba, atentos a lo que dirían del otro lado de la línea. Ante nuestra sorpresa, la tía, en bata de dormir, empezó a lanzar gritos y dar brincos, aquello nos asustó y mi hermanita se puso a llorar. El tío acudió al oír la conmoción y la tía colgando el aparato, entre sollozos contó lo que había trasmitido el teléfono. La hermana pequeña de ella y de papá, ¡se acababa de fugar con el novio! Además, los Habían visto tomar un autobús, con rumbo desconocido. Para colmo el tal novio no era del agrado de los abuelos y mucho menos de la tía. Lo consideraban un calavera y, además, mucho mayor que la tía quinceañera. El tío atestiguaba que el tipo había sido compañero de parrandas de muchos amigos suyos. Era un tarambana, bueno para nada. Nosotros no entendíamos, pero nos dábamos cuenta de que aquello constituía una tragedia de marca mayor.

Después de tomarse una tila y recomponerse un poco, la tía se vistió apresuradamente y en compañía del preocupado tío, salió rumbo a la casa de los abuelos. Nosotros, cariacontecidos, nos desayunamos y nos bañamos y arreglamos, para estar listos por si acaso teníamos que acudir a la casa de los abuelos a darles nuestras sentidas condolencias. Para nosotros, la tía Amelia era una ocasional compañera de travesuras. Aunque era mayor que nosotros, todavía era una muchacha capaz de emprender aventuras y dirigir nuestros juegos. Todos la queríamos mucho y hasta habíamos sido cómplices de sus encuentros con el novio, el que, a ojos nuestros, era de lo más simpático y amigable. Hasta nos regalaba dinero para comprar paletas de helado en el colmado de la esquina, en tanto él se besuqueaba con la tía en el zaguán.

Tuvimos que ir a casa de los abuelos, los tíos consideraron que toda la familia debía arroparlos en esta hora de desgracia. Está de más decir que fue un rato muy desolador y desagradable, sobre todo porque a nosotros, la gente menuda, el novio nos caía requetebién y no entendíamos el porqué de tanta conmoción.

En fin, que después de esto, lograron localizar a la pareja en un pueblo vecino y devolverlos para que el cura los casara formalmente. Ninguno de nosotros fue a esa boda relámpago, fue asunto de los tíos solamente.

Así de vez en cuando nuestros juegos y aventuras se veían interrumpidos por acontecimientos que conmocionaban a toda la familia y a nosotros nos sorprendían, sin que entendiéramos cabalmente la razón de tanto alboroto.

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