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LETRAS

Cartas inéditas: Turguéniev y la muerte de Flaubert

Guy de Maupassant.

Guy de Maupassant.

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Guy de MaupassantCiudad de México

En 1888, cinco años después de la muerte de Iván Turguéniev, se encontró en París una extensa correspondencia no publicada dirigida al escritor ruso por sus amigos y conocidos parisinos. El hallazgo, como lo señaló ese mismo año el Ministerio de Instrucción Pública y de Bellas Artes de Francia, “debe considerarse como un gran acontecimiento literario, ya que entre los corresponsales del gran escritor ruso figuran nombres como Mérimée, Flaubert, Maupassant, Renan y otros. Estas cartas son los documentos más valiosos de la historia de la vida cultural europea de esa época.” Publicamos una carta inédita de Guy de Maupassant a Iván Turguéniev sobre el fallecimiento de Flaubert.

Querido maestro y amigo. Estoy abrumado por el dolor, y una entrañable presencia me sigue a todas partes. Oigo su voz, me vienen a la memoria algunas de sus frases, el mundo que me rodea parece desolado, y su amistad ya no existe. El sábado 8 de mayo, a las 3 y media de la tarde, recibí de la señora Commonville1 el siguiente telegrama: “Flaubert tiene un ataque de apoplejía, sin esperanza. Llegamos a las 6 pm.” Y a las 6 de la tarde encontré a los esposos Commonville en la estación de tren. En el camino, entré a mi casa y descubrí otros dos telegramas de Ruan que anunciaban la muerte. En medio de un dolor sombrío y cruel, emprendimos el penoso viaje por la noche. En Croisset lo encontramos en la cama. Yacía rígido, con pocos cambios en su aspecto, pero presentaba en su cuello una hinchazón de sangre negra. Entonces supimos los detalles. Los días anteriores se había sentido muy bien, estaba feliz de haber terminado su novela y debía viajar a París el domingo 9 de mayo. Contaba con distraerse allí, puesto que, según sus palabras, “había guardado algunos ahorros” –pequeños ahorros ganados con sus libros.

El viernes cenó muy bien, pasó la tarde con su médico y vecino, el señor Fortin, declamó a Corneille, despertó al otro día hasta las ocho, tomó un baño largo, se vistió y leyó las cartas recibidas. Fue entonces cuando se sintió mal y llamó a su criada. Como ella se tardaba, le gritó por la ventana para que fuera por el señor Fortin, que apenas unos instantes antes se había ido a tomar el barco.

Cuando la criada regresó, Flaubert estaba de pie, muy debilitado, pero no mostraba ninguna preocupación. Le dijo: “Creo que voy a tener un ataque, es bueno que pase esta noche, sería muy lamentable que ocurriera mañana en el tren.” Sacó una botella de agua de Colonia, probó un whisky, se fue al sofá grande y susurró: “Ruan... Estamos cerca de Ruan... Heilau... Lo conozco, Heilau”... Se derrumbó boca arriba, se puso pálido, sus manos se apretaron convulsivamente, su rostro se inyectó de sangre, la muerte lo abatió, la muerte de la que él no dudó ni un minuto.

Me parece que su última frase, que los periódicos relacionaron con el viejo (Victor) Hugo, que vive enL’avenue d’ Eylau, debe ser descifrada así: “Vengan a Ruan, estamos cerca de Ruan y traigan al Dr. Heylau, yo lo conozco, Heylau.”

Pasé tres días cerca de él, junto con Georges Pouchet y el señor Fortin. El miércoles por la mañana lo llevamos al majestuoso cementerio, desde donde se ve perfectamente Croisset, la gran curvatura del Sena y su casa que él tanto amó.

Los días en los que uno se siente feliz no te recompensan por días como éste.

Al funeral asistieron muchos amigos de París, en especial jóvenes, estuvo presente la juventud, incluso muchos desconocidos. Pero no se vio a Victor Hugo, ni a Renan, ni a Taine, ni a Maxime du Camp, ni a Frédéric Baudry, ni a Dumas, ni a Ogier, ni a Vacquerie, y muchos otros.

Eso es todo, mi querido maestro y amigo, pero aún tengo mucho que contarle. Nos ocuparemos de su novela2 cuando los herederos resuelvan sus asuntos. Usted será imprescindible en este aspecto.

El mismo día de la desgracia le escribí unas palabras a Madame Viardot, y le pedí que le avisara a usted porque no conocía su dirección en Rusia. Prefiero que usted reciba esta dura noticia a través de sus amigos, antes que la conozca por los periódicos. Con inmensa tristeza estrecho sus manos, mi querido maestro, y espero verlo pronto.

Suyo Guy de Maupassant

Ivan Turguéniev.

Gustave Flaubert.

Escribir cartas: el arte de decir lo que no cabe en las novelas.

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