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Todo se puede hacer en una cama

Cuando tenía pareja, el mejor momento del día era cuando él se iba por la mañana y me quedaba sola en la cama. Esa sensación de buscar el frío en las sábanas, esos pensamientos, ese placer.

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LOLA SAMPEDROMadrid, España Tomado de ABC

Yo prefiero dormir so­la. Recuerdo cuando aún vivía en casa de mis padres, mi her­mano pequeño se es­capaba a mi cuarto. Una noche, me dijo: «Si te tengo aquí al lado, duermo mejor, estoy más tranqui­lo». Es bonito y lo entendí, pero yo nunca he sido así.

Cuando tenía pareja, el mejor mo­mento del día era cuando él se iba por la mañana y me quedaba sola en la cama. Esa sensación de buscar el frío en las sábanas, esos pensamien­tos, ese placer me reviene aún.

Mi cama son mis dominios, ahí hago muchas cosas: amo, leo, tra­bajo, sueño.

Me desespero. Puedo dormir acompañada sin ningún proble­ma, de hecho, si me pilla en otra casa duermo igual de bien, pero ese gusto de estirar las piernas y los brazos y que la cama entera sea pa­ra mí, eso no sé cómo contarlo.

A menudo escribo en mi ca­ma. En ella tecleo esta columna, cubierta con mi edredón y me pre­gunto qué haría si en casa tuviera una bañera, si me metería en ella como he leído que a veces hace Juan Tallón. Agatha Christie era otra que también escribía ahí acos­tada y, además, mientras lo hacía, comía manzanas compulsivamen­te.

A esa escuela de escritores tum­bados pertenecían Marcel Proust, Valle-Inclán y Truman Capote. El autor de ‘A sangre fría’ presumía de ser incapaz de pensar ni imaginar nada de pie ni sentado. En ese lu­gar entre la creatividad y la pere­za encontraban ellos su literatura. Remoloneaban sus historias en ese tiempo que parece perdido, entre esas horas de holgazanería. En ese placer culpable, en ese privilegio de no tener que levantarte del col­chón en todo el día.

Algunos, como Juan Carlos Onetti, llevaban al extremo su con­dición de escritores perezosos. El uruguayo vivía en su cama. Ahí re­cibía a los amigos, comía, bebía… Su hombro derecho se deformó porque siempre escribía apoya­do sobre él. Dicen que era tan raro verlo de pie que cuando se levan­taba, su perro se asustaba y, muy preocupado por su dueño, le em­pujaba hacia el catre. Cuando mu­rió, una amiga aclaró que lo suyo había sido auténtica vagancia, na­da que ver con la inspiración. Vivió tumbado porque era una genio de la pereza.

Me gusta escribir en la cama aunque, si tengo que elegir, pre­fiero dormir. Dormir sola, desve­larme y buscar la otra almohada, tumbada en diagonal porque es to­da para mí. Mi lado es el derecho, el izquierdo si la miras de frente. Cuando tengo compañía, no pue­do escuchar mi corazón.

SEPA MÁS Lo que se puede hacer en una cama en soledad

Relajarse Darse cualquier clase de masajes.

Desayunar en las mañanas.

Ver televisión.

Leer. Trabajar.

Atender llamadas telefónicas

Jugar juegos de mesa.

Reflexionar.

Tomar decisiones importantes.

Generar pereza

Buscar el frío de las sábanas.

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