Con el dinero en la mano, me quedo esperando a que se aproxime. Mientras, lo observo detenerse en las ventanillas cerradas de otros vehículos, una tras otra, sin recibir nada, hasta la del que está justo antes que el mío. Se encuentra a unos pasos, de la ayuda que busca, pero no lo sabe, y nunca se entera. A punto de lograr su propósito, recibir un dinerito, descorazonado, por todos los no recibidos, esta persona se queda de pie, a un par de metros de mi carro, mira en derredor, y regresa a la acera sin llegar a tocar en mi ventana porque, además, invirtió mucho tiempo, de vehículo en vehículo, y el semáforo cambió. La situación que describo me sucede tan a menudo que he reflexionado al respecto haciendo un paralelismo con nuestras vidas. Me he preguntado, ¿cuántas veces estuve a punto de recibir lo que quiero y, cansada de tocar ventanas, que no abrieron, me he devuelto sin imaginar que la siguiente estaba de par en par? Cuántas veces, Dios me ha estado esperando con un regalo, por el que rogué, ¿pero no lo recibo porque no persevero en la oración hasta el final? Porque me desvío, pierdo el tiempo, el semáforo de mi vida cambia, ¿y la oportunidad se va? Creo que a todos nos pasa como a los mendigos que no son capaces de distinguir quién está dispuesto a darles una ayuda y quién no. Que se dejan deslumbrar por la apariencia del vehículo o que, por comodidad, escogen los más cercanos, aquellos que conllevan un esfuerzo menor. Y, como ellos, nosotros, nos detenemos en medio de la calle, diciéndonos que estamos cansados, que no vale la pena seguir bajo el sol y que, por este momento, nuestro trabajo y esfuerzo terminó. Que llegó la hora de refugiarnos en la sombra. Y damos la espalda, a escasos centímetros de lograr nuestros sueños. Y como me ocurre a mí, cuando veo a estos mendigos alejarse sin poder hacer nada, en medio de tránsito, para advertirles que tengo lo que buscan, así se quedará Dios con nuestro premio en la mano, decepcionado. Claro, hay una diferencia. Mi vehículo y yo nos marchamos, y la oportunidad de los mendigos se pierde, pero Dios no se va, y, si nos desviamos, y perdemos un regalo, estará, de nuevo, esperándonos con otro, siempre. Vale la pena tomarlo en cuenta antes de tirar la toalla, en mitad del camino.