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LETRAS

Poeta en Perú: Blanca Varela o la escritura como legítima defensa

Blanca Varela altera el orden de los factores y, en su caso particular, también el producto. Dios no deja de ser Dios, con mayúscula, a veces, pero sometido al capricho de un dios que se le revela: la poeta se da el lujo de devorar la Creación de aquel otro y transformar al amor en gusano y a la flor en muerte. No deja de pensar la muerte mientras contempla la belleza, al fin perecedera. Hasta la más luminosa estrella, eterna en comparación con nosotros, está condenada a sumarse al gran cementerio celeste. La rosa más hermosa nació para ser bella por un día y luego ennegrecer, retorcerse y pudrirse. Pero se pregunta: ¿qué poeta es capaz de capturar esa maravilla fugaz e inmortalizarla?

Nacida en Lima, Perú, el 10 de agosto de 1926, Blanca Leonor Varela González es tan única en su género que no creo que Octavio Paz se refiriera a ella como “un poeta” de manera casual: “Blanca Varela es un poeta que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo […] En sus primeros poemas, demasiado orgullosa (demasiado tímida) para hablar en nombre propio, el yo del poeta es un yo masculino, abstracto. A medida que se interna en sí misma –y, asimismo, a medida que penetra en el mundo exterior–, la mujer se revela y se apodera de su ser […] ¿Por qué no decir, entonces, que Blanca Varela es, nada más y nada menos, un poeta, un verdadero poeta?”

Pertenece a una familia de hembras de genio; biznieta de Manuela Antonia Márquez, nieta de Delia Castro e hija de Serafina Quinteras, celebradas poetas todas ellas. Su madre en particular, llamada en realidad Serafina Gonzales, fue célebre por sus textos y canciones humorísticas –uno de sus libros se titulaba Así hablaba Zarapastro–, hija a su vez de la poeta y música Delia Castro, parece una mujer sumamente agradable, aunque Blanca, segunda hija de Serafina, rodeada de hermanos artistas como ella misma, parece haber heredado el temperamento melancólico de su abuela. No sorprende que haya tenido libertad de asistir a la Universidad de San Marcos, en Lima, donde en 1943 cursa Letras y Educación.

Ahí coincide con el pintor Fernando de Szyszlo (1925), con quien contrae matrimonio al poco y procrea dos hijos: Lorenzo y Vicente. Recién casados, deciden correr la aventura parisina de los artistas de su tiempo, tiempo de guerra y de soberbia. Octavio Paz será su Virgilio en aquel París inundado de lluvia, jazz, vino blanco y ron; conduciéndolos hasta la guarida de Sartre y Simone de Beauvoir. Les presenta también a Michaux, Giacometti, Légor, Tamayo y el poeta nicaragu¨ense, siempre con su guitarra a cuestas, Carlos Martínez Rivas. Escribe Paz sobre aquella muchacha de grandes ojos negros, que eran el asombro mismo: “Escribir era defenderse, defender la vida. La poesía era un acto de legítima defensa […] La trampa del éxito, la del ‘arte comprometido’, la de la falsa pureza. El grito, la prédica, el silencio: tres deserciones. Contra las tres, el canto […] Y entre esos cantos, el canto solitario de una muchacha peruana: Blanca Varela. El más secreto y tímido, el más natural…” Llama la atención la reiteración del calificativo “tímida”, muy empleado también por Mario Vargas Llosa para describir a esta mujer de sonrisa dolida.

Si bien se trata de una poesía secreta que fluye más animadamente entre líneas y va esparciendo montoncitos de alpiste para invitar al lector a seguirle la pista, más que tímida, la denominaría “callada”. Eso, y guardiana de penas, propias y colectivas, que prefiere cubrir con el velo de la metáfora. Blanca escribe, es verdad, en legítima defensa de sus ideales, de sus secretos, de sus lágrimas silenciosas. No por nada en un verso de “Último poema de junio”, afirma que el dolor es una maravillosa cerradura. Y se rebela a ser pública. Que se desnuden de sus pétalos las flores, no ella de las seis letras de su nombre.

El fuego intenso de la tímida muchacha Reconoce la influencia e injerencia de Paz en su trabajo. Honra la enseñanza recibida en el poema de 1960, “El orden de las cosas”, donde la mirada, esa mirada al que el poeta mexicano alude en infinidad de ensayos y poemas, es el eje de la creación poética. Paz, incluso, animó a la tímida muchacha peruana a publicar su primer libro de poesía (no tenía la menor intención de publicar), que originalmente se titularía “Puerto supe”, pero Paz la convenció de cambiarlo por Ese puerto existe(1949), donde la poeta asume un hablante masculino y alude a su tierra de ojos ardientes con un dolor que difícilmente se confundiría con nostalgia: “Todo es perfecto. Estar encerrado en un pequeño cuarto de hotel, estar herido, tirado e impotente, mientas afuera cae la lluvia dulce, desesperada.”

Sorprende que la tímida muchacha albergue tal fuego, mismo con que se expresará cuando se permita escribir desde su feminidad… feminidad, hay que decirlo, exenta de manierismo y de concesión. Es la de Blanca Varela una feminidad templada al fuego: interrogante, crítica, renegada, violenta, directa, franca, implacable. Que no se oculta ni se agazapa sino que salta como una pantera. La timidez brilla por su ausencia, pero no ese afán de acechanza. No por nada se ufana: “nadie sabe mis cosas”, y sin embargo… ¡Cuánto dolor ancestral destila!... ¡y cómo se defiende de la conmiseración!: “soñé con un perro/ con un perro desollado/ cantaba su cuerpo su cuerpo rojo silbaba/ pregunté al otro/ al que apaga la luz al carnicero/ qué ha sucedido/ por qué estamos a oscuras// […] la luz no existe/ tú eres el perro tú eres la flor que ladra”.

Una voz como arrancada de la muerte; con tal certeza de su mortalidad no puede sino cerrarse a la compasión, como un botón de rosa empeñado en no permitir la intrusión del sol. Por el mero hecho de vivir es una condenada a muerte, como todas las cosas bellas que la rodean. Que no implique eso que no experimente simpatía por el perro desollado. El perro, de hecho, es una de las figuras más recurrentes de su poética. De todas las cosas mortales que en cierto modo ya están muertas, es lo único que inflama su ternura. No así las flores, ni las estrellas, ni el amor. La muerte sonríe detrás del pétalo, de cada estrella.

Adolfo Castañón insinúa que Blanca es algo así como una torturadora. En realidad escribe más con el cincel que con la pluma, porque su meta no es la perfección hueca sino la pureza del diamante. Y las palabras perecen bajo la furia del cincel y se convierten en mancha, en grano, en flor. La perfección se la deja a la rosa, a quien sin duda su instante de plenitud duele como un parto…. y a la belleza la precede la putrefacción. No se trata sólo de entrenar la mirada para captar esa belleza fugaz y triste sino de mirar más allá de la rosa, del astro, de la piel del amante. Afirma Castañón: “No abundan en este paisaje los poetas hispanoamericanos que han sabido alcanzar en la desnudez una plenitud, en la severidad seminal riqueza, son pocos los que, como saxígrafos, han sabido florecer en el pedregal”.

No obstante, su escasa vida social ha sido distinguida con diversidad de premios como el Octavio Paz, el Ciudad de Granada, el Federico García Lorca y el Reina Sofía.

Delicada de salud, a Blanca no le fue posible estar presente en la premiación por lo que su hijo, Vicente de Szysslo acudió en representación suya. Este premio, ha dicho Mario Vargas Llosa, fue una sorpresa grata ya que Blanca vivía retirada en su natal Lima, desde la trágica muerte en un accidente de aviación de su hijo Lorenzo. La gran poeta peruana murió el 12 de marzo de 2009.

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