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OPINIÓN

Libertad religiosa, religión y sociedad (1 de 2)

En este Día Mundial de la Religión, deseo hacer una reflexión sobre un aspecto de la vida de los creyentes que a veces se pasa por alto: la libertad religiosa. Sin libertad religiosa, sería imposible adorar a Dios de acuerdo con nuestras propias convicciones. Esto parece obvio. Pero es menos reconocido que sin la libertad religiosa tampoco se podría establecer una Iglesia, tener reuniones de culto, publicar las escrituras y otros materiales, enseñar y compartir el mensaje de nuestra fe, comprar terrenos y edificar capillas y templos, participar en la vida cívica y de trabajo sin ser perseguidos y hacer infinidad de otras cosas que son esenciales en la vida de los creyentes. Al celebrar la importancia de la religión, pues, es bueno recordar también la importancia de la libertad religiosa que hace posible la vida que la religión enseña.

Comienzo mi reflexión con una imagen de la historia. Muy poco después del conflicto devastador de la Segunda Guerra Mundial, cuando las naciones apenas comenzaron a revivirse, varios líderes buscaron instituciones y estructuras legales sobre las cuales la paz podía apoyarse. El tema de los derechos humanos llegó a ser de suma importancia. La base teórica para los derechos humanos en ese entonces giraba en torno de la idea de la “dignidad humana”, la idea de que todo ser humano tiene un valor intrínseco por el solo hecho de pertenecer a la raza humana.

Esta idea era todo lo contrario a la ideología de los nazis derrotados, quienes habían creído en la superioridad de su propia raza y el estatus subhumano de los judíos, los romanos y las personas con discapacidad, entre otros. El mundo rechazó esa ideología nazista tras la destrucción y muerte que ella había engendrado. De ahí nació una nueva lealtad a la idea de que todos los seres humanos, por tener todos dignidad inherente, ameritan ciertos derechos fundamentales que ningún poder estatal puede ignorar.

La Declaración Universal de Derechos Humanos fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948. Este documento y todos los demás instrumentos internacionales de derechos humanos sucesivos, incluso el Pacto de San José que es el tratado más significativo para nuestro hemisferio occidental, descienden de un linaje que tiene su origen en el sufrimiento espantoso de la Segunda Guerra Mundial. En fin, los derechos que tanto nos benefician han nacido de un conflicto espantoso, y el precio que se pagó por estos derechos fue algo horroroso.

El artículo 12 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que declara la libertad religiosa, establece: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

La libertad religiosa ahora se reconoce casi universalmente en el derecho internacional como un derecho humano inderogable y fundamental. Este derecho está protegido en varios instrumentos de derecho internacional ratificados por casi todos los países. Aproximadamente 90% de las constituciones nacionales también incluyen disposiciones que protegen la libertad religiosa. Sin embargo, la aplicación de esta libertad es más la excepción que la regla cuando se trata de la realidad práctica. Varios estudios demuestran que las minorías religiosas a menudo sufren discriminación o persecución.

Un estudio de 2011 examinó los 143 países con población de más de 2,000,000 y concluyó que el 86% (123 países) tenían casos de persecución, 36 países tenían más de 1,000 casos, y 25 países tenían más de 10,000 casos. La ONU informa que el número de personas desplazadas llegó el año pasado a 70.8 millones. Esta cifra es la más alta en la historia. Estas personas fueron forzadas a huir de sus casas por varios motivos, pero un número significativo de ellas huyeron a consecuencia de la persecución religiosa.

Según un estudio riguroso del Pew Research Center que se ha realizado anualmente desde 2011, se calcula que 39% de los países tienen restricciones concernientes a la religión de nivel alto o muy alto. Pero porque muchos de estos países tienen poblaciones grandes, el 77% de la población mundial vive en países con altos o muy altos niveles de restricción con respecto a la religión.

Igual de preocupante es la disminución de libertad religiosa en las democracias liberales occidentales, que tradicionalmente han protegido los derechos humanos. Los mayores aumentos en la persecución religiosa por parte de los gobiernos se han producido en Europa durante los últimos años, en gran parte en respuesta a la entrada de muchos refugiados e inmigrantes.

Y ¿qué tal las Américas? En el hemisferio occidental estamos afortunadamente en una posición mucho mejor que la gente de muchas otras partes del mundo. Somos muy bendecidos en las Américas. Hemos disfrutado de los elementos básicos de libertad religiosa durante muchos años. A pesar de tener algunos desafíos, hay relativamente poca violencia relacionada con la religión en nuestros países y disfrutamos de una gran diversidad de creencias sin causar mayores fricciones sociales. Los grandes sufrimientos, asesinatos y expulsiones pueden parecer lejanos. Sin embargo, en nuestros países de las Américas, la degradación de la libertad religiosa es más sutil, pero real.

Los estudios muestran una tendencia preocupante. América Latina y el Caribe, normalmente una de las regiones más respetuosas a la religión en el mundo, ha tenido los aumentos más rápidos y mayores en las restricciones gubernamentales a la religión que cualquier otra región. Estados Unidos, por ejemplo, ha experimentado una marcada caída en la libertad religiosa durante la última década. En un informe de mayo de 2019, el relator especial de la ONU para la Libertad de Religión o Creencias hizo el preocupante comentario de que 74% de los países de América han sufrido aumentos en las restricciones gubernamentales a la libertad religiosa.

PERFIL

Gary B. Doxey

Director asociado del Centro Internacional de Estudios de Derecho y Religión J. Reuben Clark, de la Universidad Brigham Young, en Estados Unidos. Se unió al centro en el 2005 y se desempeña como asesor regional para América Latina. Fue jefe de gabinete y asesor general de los gobernadores de Utah Mike Keavit y Olene Wlaker. Tiene un doctorado en Historia de la Universidad de Cambridge y un doctorado en Derecho de la Universidad de Brigham Young.

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