REFUGIO FILOSÓFICO
Océano de incertidumbres, archipiélagos de certezas
Decía Bertrand Russel que “El enseñar a cómo vivir con incertidumbre sin ser paralizados por la vacilación es, tal vez, el mayor beneficio que la filosofía actual todavía puede ofrecer a aquellos que la estudien”.
La incertidumbre se define como la falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, que crea inquietud. También se refiere a una situación de desconocimiento que se tiene acerca de lo que puede suceder en el futuro. Suele reflejarse con cuestionantes que en ese momento carecen de respuestas: ¿qué sentirá esa persona por mí?, ¿me llamarán de ese trabajo que tanto deseo?, ¿de qué voy a morir?, ¿qué hay después de la muerte?, ¿moriré primero que mis progenitores?
Dicen que no hay nada más cierto, que lo incierto. Una sentencia angustiante desde que nacemos, que nos demuestra que ya estamos frente al milagro de la vida. La incertidumbre es tan banal y tan natural.
Hannah Arendt advierte en su libro La Condición Humana que “la vida es una serie de sucesos cuyo resultados no se pueden vaticinar, de manera que la inseguridad más que una fragilidad pasa a ser el carácter decisivo de los asuntos humanos”.
¿Por qué si es algo inherente al existir, le tenemos tanto temor?, el filósofo francés, Edgar Morin, en su libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” expresa que: “Hay que aprender a enfrentar la incertidumbre puesto que vivimos una época cambiante donde los valores son ambivalentes, donde todo está ligado. Es por eso que la educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres ligadas al conocimiento”.
Morin ha hecho importantes aportes al pensamiento complejo, sobre el conocimiento y la educación, y ha meditado en torno a los debates sobre los acontecimientos más destacados del siglo XX. En este texto expone siete principios clave que considera necesarios para la educación del futuro, que tienen el objetivo de suscitar un debate entre los responsables de la educación para desentrañar su propio pensamiento ante esta problemática: Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión, segundo: Los principios de un conocimiento pertinente, tercero: Enseñar la condición humana, cuarto: Enseñar la identidad terrenal, quinto: Enfrentar la incertidumbre, sexto: Enseñar la comprensión y séptimo: La Ética del Género Humano.
Pese a que la incertidumbre corresponde a los ‘asuntos humanos”, vemos como nos educan a partir de la certeza, de lo seguro. “Hay que ir a lo seguro”, “no se pueden poner todos los huevos en una sola canasta”, pero, ¿puede existir algo tan real o tan seguro, que no sea el hecho de que nos vamos a morir?, imposible. Ya lo dijo Heráclito “Todo cambia; nada es”.
Enseñarla no es más que permitirnos abrirnos a los cambios, a la creatividad y transformaciones. Abandonar el espejismo de la verdad, lo indubitable, lo absoluto. Tener la capacidad de descubrir otras formas, sin aferrarnos a ilusiones, incluso enfrentar nuestros propios prejuicios.
Porque (por suerte) nada es lineal, y lo podemos constatar a través de la historia que todo evoluciona, se encuentran periodos de turbulencias, bifurcaciones, desviaciones, fases donde todo está inmóvil, surgimientos de nuevos imperios, progresiones, regresiones, rupturas.
“La Historia es un complejo de orden, de desorden y de organización. Obedece a determinismos y azares donde surgen sin cesar el “ruido y el furor”. Tiene siempre dos caras opuestas: civilización y barbarie, creación y destrucción, génesis y muerte”, dice Morin.
Inclusive, nuestras vidas no son ajenas a estas leyes, el mundo es totalmente incierto. Pero, aunque haya un reconocimiento de que es así, hay una insistencia de aniquilarla en nuestras mentes y desviar toda dirección hacia el espejismo de una gran certeza.
Sabemos que todo pensamiento siempre se encamina hacia la incertidumbre, y que para enfrentarla hay que ser valientes, porque detrás de la duda y la indecisión, está la oportunidad, el avance, el crecimiento. Como escribió del poeta griego Eurípides “lo esperado no se cumple y lo inesperado de un dios que abre puertas”.
El pensador Morin dice que “La respuesta a las incertidumbres está constituida por la buena elección de una decisión, por la conciencia de la apuesta, la elaboración de una estrategia que tenga en cuenta las complejidades inherentes a sus propias finalidades, y que en el transcurso de la acción pueda modificarse en función de los riesgos, informaciones, cambios de contexto y que pueda considerar un eventual torpedeo de la acción que hubiese tomado un curso nocivo.”
Se puede y se debe luchar contra la duda y la vacilación, incluso superarlas a corto o mediano plazo, pero nadie puede pretender eliminarlas, porque siempre seguiremos navegando en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas.
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