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COSAS DE DIOS

Vulnerables

Nuestra fortaleza física es un espejis­mo. Todo lo que somos se tambalea con una brisa leve, un parpadeo im­perceptible que el universo ni siquiera registra, porque sigue su curso inmu­table. Entré a un quirófano para una cirugía que los médicos realizan a diario y a la que muchísima gente conocida, familiares y amigas, se han sometido. Los pronósticos eran que el procedimiento duraría hora y media, la recuperación sería rápida y los riesgos mí­nimos.

Sorpresa

El procedimiento se extendió por tres horas, hubo que anestesiarme dos veces, la cirugía se complicó, com­prometiendo un órgano ajeno a la condición inicial. Fuera del quirófano, el drenaje se salió de lugar, reac­cioné mal a la medicación y la recuperación fue más lenta, complicada e incómoda que la de todas mis co­nocidas que habían vivido la misma experiencia an­tes. Me calificaron como una paciente entre cien. Y me enteré que la niña saludable y la joven capaz de enfrentar retos físicos que fui, se han convertido en una mujer madura mucho más frágil. No me gustó saberlo.

El cuerpo

Pero, estando aun en cama, leí un escrito sobre la pre­eminencia excesiva que le damos al cuerpo, como si fuera lo más importante que tenemos aquí. Eso es tan lógico como invertir toda nuestra vida en la casa donde vivimos. Porque el mismo argumento que vale para no aferrarse a ella se aplica al cuerpo, no nos la vamos a llevar, como diría una amiga mía, “este cuerpo ñoño”, tampoco. De hecho, al final de nuestras vidas, termi­na por ser la inversión menos aprovechada por otros. A menos que seamos donantes de órganos, ningún fa­miliar hereda nuestros cuidados abdominales, lustrosa piel o hermoso cabello, todo se vuelve cenizas.

Lo olvidamos

Por supuesto, debemos cuidarnos, mientras el al­ma, esencia real, lo habite. Ahora bien, igual que una mansión, que la puede devorar un incendio o derribar un terremoto, sin previo aviso, entendamos lo frágil de nuestra naturaleza humana. Yo, lo había olvida­do, lo recordé durante esa cirugía, y eso que soy una persona común. Imagine el caso, por ejemplo, del sie­te veces campeón de Formula I, Michael Schumacher, un atleta formidable, que, en cuestiones de segundos, quedó postrado. Porque nadie sabe cuándo deberá adaptarse a nuevas condiciones de vida, dentro de su propio cuerpo, o si tendrá que partir, hoy mismo, sin llevarse ni una hebra de cabello. Cuidemos que nues­tra alma tenga las maletas listas, porque su casa en este mundo, por muy hermosa o fuerte que luzca, puede volverse inhabitable con mucho menos que un terremoto o un incendio.

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