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REALIDAD Y FANTASÍA

La receta misteriosa

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María Cristina de CaríasSanto Domingo, RD

Mi casa está vestida de Navidad, creo que no hay rincón que no tenga algún adorno, Emma tiene la firme creencia de que toda la casa debe celebrar el nacimiento del niño Dios. Fue una tarea bastante ardua, en casa no buscamos decoradores para esta temporada, todo lo hacemos mi factótum y yo, aunque mis hijos insisten en que ya estamos muy viejas ¡para tanto trote!

Una vez engalanada la casa, Emma se plantó en frente de mi para recordarme que debía ir al supermercado a comprar los ingredientes para la confección de la suprema delicia de las navidades, léase sus nunca bien ponderados pudines. En realidad, se trata de una antigua receta de una tía abuela, la que mamá me obsequió cuando me casé, pero Emma se ha apropiado de esta y no hay quien la convenza de que no es su receta original. Así que todos le otorgamos el derecho de autor, ella se siente feliz y a mi tía abuela, no creo que le importe, desde el cielo debe reírse de la ocurrencia de mi abnegada cocinera. La verdad sea dicha, su preparación de la receta es impecable y se ha vuelto imprescindible en la mesa de Nochebuena nuestra y de las amistades que tienen la buena suerte de recibirlo como regalo. Como hace tiempo perdí el papel con la receta original, tengo que fiarme de la destreza de Emma. Año tras año me recita la lista de ingredientes y voy a comprarlos para emprender el dilatado y difícil arte repostero. Ese día me tengo que conformar con unos sándwiches de comida puesto que la cocina está ocupada por entero con la complicada preparación. Sirvo de pinche alcanzándole los ingredientes que me va solicitando y engrasando los moldes. Sé de qué se compone el pudin, pero la mescla es otra cosa, la cantidad y el orden es absoluto dominio de mi cocinera. Finalmente la ayudo a verter en los moldes el aromático menjurje y los ponemos al horno. Mi morena cocinera vigila atenta la cocción, pinchando con un cuchillo el contenido de los moldes, para verificar si están listos. Finalmente, después de sacarlos del horno, procedemos a darles un baño con vino dulce de corinto, esta ceremonia se repite mañana y tarde por varios días. Luego se empacan en vistosas cajas navideñas y se decoran con lazos de colores. Uno de mis hijos se encarga de repartirlos entre las dilectas amistades. Entretanto Emma y yo nos deleitamos con unos trozos del dulce, acompañado de una fragante taza de café.

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