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FOLCLOREANDO

Hay que adaptarse a todo

Siempre lo repito y no me cansaré, de que hay que vivir nuestra realidad con alegría, porque la cultura se transforma y no podemos volver atrás, no debemos de quejarnos, porque la vida sigue su agitado curso y no vamos a ir en contra de la corriente.

Mantener las costumbres Y es cierto, la cultura evoluciona, pero no quiere decir que el hecho que lo diga un funcionario, un arzobispo u otra persona de poder se logrará que en vez de una cena navideña se haga un almuerzo, porque lo que podría hacer la familia es dormir todos en una casa, en casa de campaña o uno arriba del otro y es peor. Jamás las costumbres y tradiciones van a cambiar de esa forma, porque quien cambia el hecho es la colectividad, el pueblo. La imposición no es buena, lo que se hace de manera obligatoria no funciona.

Los ‘achaques’ de la tradición Es peor que esta cena se haga a escondidas, por la prohibición, ya que causa curiosidad y a los catorce días (7 de enero) los centros hospitalarios estarán abarrotados de pacientes y los muchachos se quedarán sin disfrutar “Los Reyes” y la Vieja Belén tiene artritis y se quedará en su hogar.

Las emociones siguen Los que se emborrachan antes y después de la cena de Nochebuena lo harán igual al mediodía. Esos mismos llorarán por la pérdida de un ser querido, porque su pareja le dio “rilis”, porque uno de sus seres queridos no podrá viajar al país o lo cancelaron del trabajo y el Año Nuevo le será diferente económicamente.

Pensar en la familia Las consecuencias causadas por el “tejemeneje” de la Nochebuena o “Díabueno” les tocará a los inocentes y a los inmaduros, incapaces de pensar en su propia familia y pasarán a la historia en menos de veinte años.

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