Los escritores dominicanos y la cultura
Los autores estudiados en esta importante obra que se reedita 30 años después de su primera edición, representan parte de la más alta expresión de la literatura dominicana de los siglos XIX y XX.
Hace tres décadas salió la primera edición de Los escritores dominicanos y la cultura, bajo el sello editorial del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), donde el autor se desempeñó mucho tiempo como profesor-coordinador de la cátedra «Ser Humano y Sociedad» del Ciclo Propedéutico. Desde entonces no había vuelto a publicarse y ahora, a solicitud de la Editorial Santuario que dirige el amigo Isael Pérez se realiza esta, en una pequeña tirada, con el propósito de rescatar una obra hace tiempo agotada que contiene algunos ensayos de interés para los estudiosos de nuestras letras, más por la vigencia de algunos escritores en ella analizados que por el probable valor de los textos reunidos.
Durante años, y todavía en la época en que este libro fue publicado (1990), el sociólogo prevalecía en mí sobre el creador literario, imponiéndose al narrador que intentaba ser, y la mayoría de mis escritos sobre literatura tenían entonces la impronta de las teorías sobre arte y literatura que leía con avidez, como es fácil advertir en la revisión de cualquiera de ellos. Pero ese rasgo, que ha sido subestimado por los lingüistas y los críticos de oficio, en vez de ser un escollo, representó un estimulante desafío en la comprensión y explicación de las obras y del contexto social que les dio origen.
Los autores estudiados en Los escritores dominicanos y la cultura representan parte de la más alta expresión de la literatura dominicana de los siglos XIX y XX. El primero de ellos, en orden cronológico, es Eugenio María de Hostos (1839-1903), maestro, filósofo, sociólogo y luchador puertorriqueño, «Ciudadano de América» por su constante movilidad y el alcance continental de su magisterio, su vocación antillana y su credo democrático, que lo llevó al autoexilio. Aún resuena el eco de su bienhechora labor en pro de la educación superior cuando fundó la Escuela Normal de Varones (1880), y el respaldo a la ilustre poeta y educadora Salomé Ureña (1850-1997) en la formación del Instituto de Señoritas (1881), que fueron dos instituciones seminales en la educación superior dominicana, una escuela laica e inspiradora de ideales democráticos.
Por su lado, el texto sobre Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) resalta los aspectos sociales de algunos de sus ensayos. Se trata de la figura literaria más alta de nuestro país, tanto a nivel nacional como internacional, cuya dimensión se agiganta con el paso de los años. Fue un filólogo y crítico literario de vasta erudición que parecía haberlo leído todo y conocía a fondo la literatura universal de cualquier época. Esa cualidad de humanista integral es una de las razones por las que dejó una legión de discípulos en México y Argentina, y fue respetado y admirado por escritores de la estatura de Jorge Luis Borges (1899-1986) y Ernesto Sabato (1911-2011), entre muchos otros.
El ensayo sobre la poesía de Virgilio Díaz Ordóñez («Ligio Vizardi», 1895-1968), pone de relieve una de sus facetas principales de escritor, ya que también fue narrador, ensayista y traductor, aparte de haber sido un alto funcionario público y diplomático, distinguiéndose como orador y maestro.
Dos eminentes poetas del siglo XX son estudiados en toda su extensión a través de varias de sus obras representativas: Freddy Gatón Arce (1920-1994), miembro fundador de La Poesía Sorprendida, autor de Vlía (1944), primer poema de escritura automática creado bajo el influjo del surrealismo y publicado en Hispanoamérica, con una obra de amplio registro que abarca lo metafísico, lo religioso, lo social, entre otros, con poemas paradigmáticos sobre personajes populares. El otro gran poeta es Manuel Rueda (1921-1999), cuya obra abarca medio siglo de creaciones esenciales en la lírica dominicana, desde Las noches (1949) y La criatura terrestre (1963), y propuestas innovadoras en poesía, con la creación del Pluralismo en 1974, hasta su decisivo aporte en teatro, con La trinitaria blanca (1957) y Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca (1996), que le valió el prestigioso Premio Tirso de Molina en España.
Por último, este volumen recoge cinco trabajos de marcada orientación sociológica y un hilo conductor que encuentra en la Historia su contexto privilegiado. Son estudios generales de una época, como el titulado «Los escritores dominicanos durante la dictadura de Trujillo», un esfuerzo por comprender la compleja relación entre literatura y poder político bajo el totalitarismo; o «Abril del 65 en la literatura dominicana», una guerra social que dio inicio a un vigoroso movimiento artístico y literario; y «Sobre literatura dominicana 1965-1985», en el que procuro trazar un perfil de nuestras letras durante el período de crisis y transformaciones posteriores a la guerra civil. Finalmente, este libro incluye «La cultura dominicana: identidad o diversidad» y «Los escritores y la política cultural», dos trabajos en los que formulo más preguntas que respuestas sobre temas inagotables.
Reeditar un libro que ha permanecido treinta años en el letargo de los anaqueles, suscita en su autor inquietudes sobre la validez de su trabajo a través del tiempo. Tal vez no sea un consuelo pensar que lo publicó cuando era joven aún, carecía de experiencia y estaba imbuido de ideas y teorías que ha ido sedimentando en busca de un saber menos sujeto a los vaivenes de la moda intelectual. Pero al releer los trabajos reunidos en Los escritores dominicanos y la cultura, me queda la impresión de que todavía hay asertos que mantienen cierta permanencia y en los que se pueden encontrar explicaciones válidas. Eso espero.