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COSAS DE DIOS

La honestidad a prueba

Todas las virtudes son difíciles de cultivar pero hay una que cuesta sangre: la hones­tidad. Un dicho muy sabio dice que nadie sabe si es honesto hasta que tiene la opor­tunidad de robar. Es que la tentación de tomar algo gratis o ajeno, nos atrae. Claro, enarbolar el discurso de la honradez es fácil. Por ejemplo, un ni­ño cometió la travesura de abrir un chocolate en una tienda, comerse un pedazo y volver a colocar el cho­colate en la estantería. La mamá, que lo vigilaba, le echó un sermón, porque ella nunca toma un producto sin antes pagarlo.

Las lámparas Pero, al parecer, un diablito observaba y decidió po­ner a la señora a prueba. Ella acudió a un gran alma­cén para comprar dos lámparas y se las entregaron en una caja. Cuando va a pagar, la empleada copia el precio que aparece adherido al envase. Era el costo de una sola lámpara. La joven pasa la tarjeta y le entre­ga el recibo a la clienta para que lo firme. Ella lo firma y, mientras, se detiene a pensar que se está robando una lámpara. En esa caja hay dos, y ella está pagan­do una.

Para los plátanos Una vocecita le dice que, tal vez, se trata de justicia di­vina. Que quizás, en esa tienda, les han robado a otros clientes muchísimo dinero. Que, a lo mejor, Dios la quiere ayudar porque sabe que los plátanos están a 30 pesos y a sus hijos les encantan. Que, al final, ese puede ser el precio real de la bendita lámpara y to­do lo demás representa ganancia. Que, luego, se va a enterar que a una amiga suya, por error, le cobraron una libra de bacalao a un peso y ella se fue, con su ca­rita tan fresca, y no sintió ni un poquito de culpa.

La ganga En fin, ya el joven, que ayuda a cargar las mercancías, está tomando la caja con las dos lámparas y ella sigue con la factura en la mano. Entonces, piensa que hace un par de meses le ocurrió algo similar, con un artí­culo, hermoso, cuyo precio no encajaba, parecía de­masiado barato. Esa vez, para confirmar, buscó a una supervisora. Esta verificó el código y, ya con la con­ciencia tranquila, la clienta, compró el producto, se­gura de que había encontrado una ganga.

Pasar el examen Pero después, en otra sucursal de la misma tienda, en­contró el artículo con un precio quince veces más al­to. Al parecer, el primero lo habían etiquetado mal. Esa vez, calló su conciencia porque, se dijo, hizo todo para pagar lo justo. Tras recordar ese incidente, ob­servó la caja con la lámpara “dos por uno” y se dijo que nadie tiene tanta suerte, ¿otra vez pagaría me­nos? No, esa lámpara “gratis” era una prueba para de­mostrar su honestidad. Entonces, le aclaró a la cajera su error. En lugar de agradecérselo, la empleada de la tienda le dedicó una mirada hostil, de reproche, no le gustó que evidenciara su descuido frente a otro em­pleado, el joven que cargaba las lámparas. Por su la­do, la clienta salió de allí muy contenta de haber he­cho lo correcto, como si hubiese pasado con cien una prueba difícil, un examen final.

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