Sol, mar y arena

Fue un fin de semana diferente, con el ingrediente de un jueves festivo, lo que lo alargó, convirtiéndolo en una minivacación. Y las playas se llenaron, las ciudades se vaciaron y la aspiración del ministro de Turismo se hizo realidad. Turismo interno al más alto nivel. A tal punto que se vio en la necesidad de multar un hotel por no saber manejar la multitud que lo invadió.

La gente se sintió libre después de tantos meses de confinamiento. En un país rodeado de playas paradisiacas, sus habitantes quisieron darse un chapuzón, jugar con las olas y tenderse en la arena para que el sol acariciara su piel, desteñida por tanto encierro. Dicen que el mar y el sol ahuyentan el virus, eso lo comprobaremos en los próximos días, mientras tanto muchísima gente se dio el gusto de pasar un fin de semana largo en su lugar favorito. Los hoteles rebajados a precios asequibles fueron el acicate que faltaba. Las poblaciones costeras se vieron invadidas como no sucedía desde comienzos de año, dándole un poco de alivio a los dedicados al negocio de la hostelería.

En los comedores de los hoteles y en los restaurantes, los ingredientes de los platos favoritos se agotaron en un santiamén. Era difícil conseguir una habitación si no se había reservado con anticipación. Nos fuimos para Samaná y Emma emprendió viaje a Nigua. Su playa, la que queda prácticamente en su vecindario y a la que ha acudido siempre, la esperaba, colmada de vecinos y compadres, dispuestos a pasarlo en grande. Después veremos las consecuencias de este paréntesis de mar, sol y arena, con suerte el virus no nos hará mella.