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Cuando Valle-Inclán criticó a la “dictadura socialista” de España y fue tachado de “fascista”

El famoso escritor gallego, un republicano convencido que incluso se presentó a las elecciones de 1931 con el Partido Radical de Lerroux, sorprendió con sus elogios a Mussolini tras regresar de una estancia en Roma.

El gran escritor español apostó también al Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. Elogiaba la obra de Mussolini, no al líder fascista. 2. Federico García Lorca criticó su militancia republicana radical.

El gran escritor español apostó también al Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. Elogiaba la obra de Mussolini, no al líder fascista. 2. Federico García Lorca criticó su militancia republicana radical.

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ISRAEL VIANAMadrid, España/ Tomado de ABC

Cuando Goebbels eli­gió Islas Canarias pa­ra hacer propaganda nazi, Ramón del Va­lle-Inclán llevaba so­lo cinco meses viviendo en Roma como director de la Academia Española de Bellas Artes cuan­do, cuando sorprendió con va­rias reflexiones a favor del fascis­mo en una polémica entrevista publicada en el diario «Luz», el 9 de agosto de 1933. En ella, el fa­moso escritor gallego decía que Mussolini estaba haciendo «una gran obra» en Italia y que «si existieran unos Estados Unidos de Europa, la capital no podría ser otra que la Roma fascista». Pero lo que más no debía gustar al Gobierno de la época y sus seguidores es que también de­dicó una serie de críticas contra la Segunda República, a la que tachó de «dictadura»: «España sufre ahora la dictadura socia­lista. Los egoísmos de esta cla­se esclavizan a las otras», ase­guraba.

No hay que olvidar que el au­tor «Divinas palabras» se ha­bía presentado en las listas del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux en las elec­ciones de 1931. Por eso, hasta el mismo Federico García Lor­ca se extrañó y cargó contra él en 1933, en la que no dudó en tacharle de fascista en otra en­trevista: «Valle-Inclán se nos ha vuelto fascista en Italia y esto es para indignar a cualquiera. Algo así como para arrastrarlo de las barbas».

Aquel giro de Valle-Inclán con­tra los republicanos podía califi­carse de asombroso si tenemos en cuenta que, a sus 66 años, lle­vaba un tiempo radicalizando sus posturas hacía la izquierda. De hecho, tiempo atrás se había entusiasmado con la Revolución rusa y aproximado al marxismo, hasta el punto de pedir para Es­paña «una dictadura como la de Lenin» cuando Primo de Rivera llegó al poder. A finales de la dé­cada anterior, incluso había par­ticipado activamente en la huel­ga estudiantil de 1929, lo que le valió multas, semanas de encie­rro en la cárcel Modelo de Barce­lona y la censura de algunas de sus obras de teatro.

Once años de fascismo No todo el mundo entendía en España que el escritor hu­biera virado de tal manera con­tra la República y hubiera vuelto su mirada hacia Italia. Este mis­mo periódico insistía en esa mis­ma sorpresa en 1933, en un artí­culo titulado «La personalidad internacional de Mussolini»: «In­teligencias tan superiores y has­ta izquierdistas como la de nues­tro eximio escritor han regresado de Roma muy impresionados, ha­ciendo partícipe al público espa­ñol de la grandeza de la obra rea­lizada por el fascismo en escritos que rezuman sinceridad».

En el momento en el que Valle-Inclán elogió la figura de Mussoli­ni, hacía ya una década que el fas­cismo había asaltado el poder en Italia con la famosa Marcha sobre Roma, dejando varios muertos, heridos y edificios públicos des­truidos por el camino. En aquellos días de 1922, España se pregun­taba quiénes eran aquellos fascis­tas y qué quería su líder. Ramiro de Maeztu lo definió en «El Sol» como «un movimiento político inclasificable dentro de los casi­lleros del siglo XX», mientras el es­critor Manuel Bueno se pregunta­ba en «El Imparcial»: «¿Cómo una fuerza que era considerada hasta ayer un elemento de desorden ha podido conquistar el poder en Ita­lia?». Se refería a que, en las elec­ciones de 1919, dos años antes de la violenta marcha, el partido fas­cista había obtenido solo 5.000 votos de los 270.000 de Milán, la ciudad por la que se presentó, y ni un escaño en el Parlamento.

Aquel Mussolini encumbrado por Valle-Inclán el 9 de agosto de 1933 en la «Luz», tres años antes de que estallara la Guerra Civil española, había puesto ya la pri­mera piedra para que surgieran en Europa otras muchas dictadu­ras (Bulgaria, Turquía, Portugal, Alemania) y marcado el camino para que los nazis desarrollaran su posterior política de extermi­nio en la Segunda Guerra Mun­dial. «Los camisas marrones pro­bablemente no hubieran existido sin los camisas negras. La mar­cha de 1922 sobre Roma fue uno de los hitos de la historia y nos llenó de ánimo. Si a Mussolini le hubiese vencido en velocidad el fascismo, no sé si nosotros hubié­semos podido resistir. El nacional­socialismo era en esta época una planta muy débil», reconoció el «Führer» estando ya al frente del Gobierno.

«¿Según usted, por lo tanto, el pueblo italiano se siente satis­fecho?», le preguntaba el perió­dico republicano que había si­do impulsado por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ra­món Pérez de Ayala. La respues­ta estaba bien clara: «Indudable­mente, sí. Esto depende de que las dictaduras en Italia han sido siempre personales, de un hom­bre solo, no de una colectividad, y esas estas dictaduras pueden ser beneficiosas. En cambio, las dictaduras de una clase sobre las demás ya no lo son, porque nada consiguen los egoísmos de la cla­se dictatorial, como es el caso de España. Los españoles han sufri­do por parte de los cuatro brazos tradicionales: el brazo noble, el brazo militar, el brazo eclesiásti­co y el brazo popular»

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