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COSAS DE DIOS

Lo cosechamos todo

Mi padre, Cuto Estévez, tenía una varilla, en forma de bastón con punta filosa, que utilizaba para ensartar las hojas secas. Le gustaba ver impecable el patio, obra de sus manos. Lo sembró de mangos, naranjas, aguacates, cerezas, limoncillos, nísperos y limones hasta convertirlo en un lugar acogedor, hermoso, inolvidable para sus hijos que pasamos corriendo y trepando, entre esos árboles, nuestra infancia.

Un septiembre El día que se fue de este mundo, un 30 de septiembre de 1985, una bandada de mariposas inundó la casa. El perro, que lo seguía a todos lados, y se negaba abandonar su cuarto de enfermo, acompañó su féretro hasta el cementerio y nunca más volvió a la habitación de su dueño donde acostumbraba colarse burlando todas las medidas que intentaban impedírselo.

La cómplice Así que, desde hace 35 años, mi papá no riega las plantas, ni poda las ramas o celebra un nuevo retoño. Lo normal habría sido que nuestro hermoso patio sucumbiera ante su partida. Pero él tenía una cómplice, doña Mercedes, mi madre que, durante otros 34 años, se hizo cargo de ese legado. Aunque las favoritas de ella no eran las frutas, sino las flores. Si se mareaba alguna planta, la ponía durante horas debajo de un chorrito muy pequeño de agua hasta que la tierra se empapaba toda. Como un milagro, al día siguiente, veías la planta, de nuevo, puesta en pie.

Larga vida De manera que, gracias a sus cuidados, el jardín floreció y las plantas ornamentales llenaron de verde la galería, mientras desaparecieron algunas matas de coco. Pero, a lo largo de todas estas décadas, el patio ha seguido pariendo frutos. Esto me sorprende. Creía que esos árboles tenían una vida útil más limitada que, en algún momento del camino, perderían sus fuerzas y no darían más. Me equivoqué.

Ahora, Henry He disfrutado los mangos, que mi papá sembró, durante 35 temporadas en las que han vuelto a parir frutas después de su muerte, aquel lejano 30 de septiembre. En cuanto a las flores, en la sala de mi madre, junto a su imagen, mi hermana Libertad colocó, hace dos días, un ramo de sus amadas trinitarias. Con ellas recordamos el que habría sido su 85 cumpleaños y su aniversario de bodas número 66. De modo que, mis padres no están, pero las flores y las frutas, que plantaron, siguen ahí, llenando de belleza nuestra casa paterna y proporcionando a todos frutas deliciosas. Ahora mi hermano Henry cuida ese legado tan maravilloso, porque los hijos cosechamos todo lo que los padres siembran, también, el amor y el celo por la naturaleza.

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