Con el coronavirus, la champaña perdió mucha efervescencia
La champaña está perdiendo su efervescencia. Desde hace meses, la cuarentena le puso el tapón a las bodas, las grandes cenas, las fiestas y los viajes internacionales, todos integrantes cruciales del mercado del vino fino francés que es una presencia espumosa obligada en toda celebración.
Los productores de la región de Champaña en el este de Francia, la sede de la industria global, dicen que han perdido unos 1.700 millones de euros (2.000 millones de dólares) por el desplome en un tercio de las ventas este año, un golpe sin igual que se recuerde y peor que la Gran Depresión.
Calculan que para fin de año habrá 100 millones de botellas sin vender en sus cavas.
“Estamos atravesando una crisis que consideramos aún peor que la Gran Depresión” de 1929, dijo Thibaut Le Mailloux, ejecutivo del Comité Champaña (CIVC por sus siglas en francés), que representa a unos 16.000 vitivinicultores.
Ante la gravedad del problema, el CIVC está poniendo en práctica una serie de medidas de control de daños sin precedentes. Tal como los países productores de petróleo, el comité regula la cosecha anual para evitar los excesos de producción que provocarían caídas graves del precio de la botella. En una reunión convocada para el 18 de agosto, se prevé que impondrá un tope tan estricto que cantidades récord de uvas serán destruidas o vendidas con descuento a las destilerías.
La perspectiva alarma a los pequeños productores, más vulnerables que las grandes empresas.
Anselme Selosse, de Jacques Selosse Champagnes, dijo que es “un insulto a la naturaleza” que las célebres uvas de champaña se utilicen para producir alcohol para el lavado de las manos, como sucede en otras regiones vinícolas como Alsacia.
“Debemos destruir (las uvas) y pagar por su destrucción”, dijo Selosse, en alusión a la industria en su conjunto. “Esto sólo se puede llamar catástrofe”.
“La champaña nunca ha pasado por una situación parecida, incluso en las guerras mundiales”, añadió Selosse. “Nunca habíamos conocido... una caída brusca de un tercio de las ventas. Más de 100 millones de botellas sin vender”.
Los grandes productores como Vranken-Pommery pronostican que la crisis podría durar años.
“No se debe olvidar que (la champaña) ha sobrevivido a todas las guerras”, dijo Paul-François Vranken, fundador de Vranken-Pommery Monopole. “Pero en las otras crisis siempre había una salida. Por ahora, no hay salida, a menos que encontremos una vacuna”.
Vranken dijo que es necesario cambiar la esencia misma del marketing de la champaña como bebida para fiestas y bodas a la luz de la nueva normalidad: menos festividades y nada de celebraciones en grandes grupos. Su empresa y otras buscarán destacar su carácter de bebida producida de manera natural, incluso orgánica, en una región histórica francesa.
“Aunque los bares y clubes nocturnos cierren durante cinco años, pensamos no perder clientes... Habrá un gran cambio en nuestra mercadotecnia para destacar la magnificencia de nuestros vinos”, dijo Vranken.
Selosse, que produce muchas champañas “naturales” sin azúcar adicionado, también espera que la pandemia lleve a repensar el marketing y la reestructuración de esta industria multimillonaria. Le gustaría ver una mayor cooperación en la producción, tal como “prensas de vino comunitarias” que permitan a los pequeños productores compartir los costos.
Selosse dijo que la champaña ha sabido adaptarse en el pasado, al evolucionar del vino de postre del siglo XIX a la versión seca moderna llamada “brut”.
Piensa, incluso —pero ésta es una posición minoritaria entre los productores— que la industria podría apartarse del espumante para producir toda clase de vinos, como en el pasado: tinto, blanco y no espumoso.
O sea, sin efervescencia.