Santo Domingo 23°C/23°C clear sky

Suscribete

COSAS DE DIOS

La herencia

Durante estos dos meses y medio de confinamiento, Luatany Penso y sus hijos Jazmín y Lucas, cada domingo, se han vestido bonitos para sentarse ante una pantalla y ver la transmisión de la Eucaristía. A su vez, Cinthia Ferreiras y su esposo aprovecharon los días encerrados en casa por la cua­rentena, para enseñarles a sus hijos personajes de la Biblia. Mientras, Leticia Melgen y Jean Marcos, vie­ron con alegría cómo su hija mayor, una niña de tres años, reconoció al ver el Santísimo por la computado­ra, que ése es el lugar a donde antes acudía con ellos y que allí está Jesús.

De rodillas La fe se hereda o de lo contrario es un milagro, de­cía un sacerdote en una de esas homilías transmitidas por los medios electrónicos que nos han sostenido, a tantos creyentes, durante estos meses de cuarentena. Él mismo cura recordaba cómo su abuela lo ponía de rodillas ante la Virgen María y le decía que ésa, tam­bién, era su madre.

Lo bueno de lo malo Heredar a mis hijos la fe que yo heredé, en mi caso, no ha sido tan fácil. He tenido que lidiar con la rebeldía de algunos ante la religión, tan atacada en estos tiem­pos, junto a la iglesia y a quienes la conformamos. Pero la promesa de que Dios saca algo bueno para sus hijos de todo lo malo, se cumplió al pie de la letra con la sus­pensión de las Eucaristías presenciales que se reanu­dan este domingo, y que fueron sustituidas por misas a distancia. De esas Eucaristías, transmitidas por las redes sociales, hay tantos testimonios que en mi parro­quia, El Buen Pastor, colocábamos uno antes de cada misa, grabados, desde sus casas, por los feligreses. De esos testimonios tomé la información sobre lo que hi­cieron Luatany, Cinthia y Leticia con sus hijos.

Mi testimonio Del confinamiento y las Eucaristías virtuales, yo tam­bién tengo un testimonio. Resulta que el más renuen­te de mis hijos ante la fe, se mete, cada tarde, con su laptop, en mi habitación, mientras yo veo la misa. No parecía prestar atención, lo cual me molestaba. En­tonces, decidí integrarlo de alguna manera. Llegado el momento de la paz, voy y lo abrazo como si estuvié­ramos disfrutando juntos la Eucaristía. La primera vez, me miró extrañado. Pero, día a día, su cara se fue sua­vizando y, ahora, espera el abrazo y me lo devuelve con cariño, así que decidí integrar al resto de la familia.

En toda la casa Cuando el padre dice: “nos damos la paz”, salgo a bus­car al resto de mis hijos por la casa y los abrazos. Laura se ríe, de mi locura, pero también me abraza, y Javier inclina la cabeza, como es su costumbre, para que le bese la frente. Así que, cuando dejen de transmitir las misas y volvamos, ya con regularidad, a los templos, sé que muchos padres, como yo, echarán de menos esos pequeños milagros que las misas virtuales hicieron en nuestras familias. Ellas nos suministraron una vía más para dejarles a nuestros hijos recuerdos que un día for­maran parte de la herencia más valiosa que les vamos a legar, aunque ahora no lo sepan, nuestra fe.

Tags relacionados