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COSAS DE DIOS

Lo único que tenemos

Dios no necesita la palabra, ni escrita ni verbal, para comunicarse con no­sotros. Puede hablarnos desde dentro de nuestro ser, de ello sobran testimo­nios. No obstante, cuando pisó este mundo, Jesús fue un orador eficaz, poderoso, direc­to y claro. También, prudente, si lo ameritaba el ca­so. No evadía los temas, no importa qué tan difícil o complicados resultaran. Desde si era correcto lapidar o no a una mujer adúltera; si estaba permitido curar en sábado, hasta la legalidad del pago del tributo al César.

Sin miedo Estuvo dispuesto a responder, sin amilanarse, y des­truir, con una sola frase, las trampas de sus enemigos. Jesús solo calló ante Herodes y su silencio fue una elocuente respuesta. Era su indiferencia ante el po­der de aquel hombre en cuyas manos estaba su vida. Ese silencio de Jesús tuvo una razón y una fuerza su­perior a muchos discursos. Estaba tan por encima de los que le acosaban, que ni se dignó a dirigirles la pa­labra.

Por escrito Y antes de que Jesús viviera entre nosotros, Dios se valió de hombres a los que inspiró para que escribie­ran las escrituras. Ellos nos contaron la historia de Abraham, de Jacob y Moisés. El peregrinar del pue­blo hebreo, sus dudas y desobediencia. Su necesi­dad de jueces y reyes. Las luchas desgarradoras por el poder, la grandeza de algunos monarcas y la vile­za de otros. La belleza de los salmos. La sabiduría de los proverbios. La lucha de los profetas seleccionados por Dios para ser oídos, sus martirios y la certeza de sus profecías. Y sobre todo, las escrituras nos cuentan el paso de Jesús por este mundo, durante esos tres años que duró su ministerio y que dejaron marcada para siempre a la humanidad en un antes y un des­pués.

Origen de todo

Es decir, de la palabra se ha valido Dios siempre, con ella, según el Génesis, crea el mundo. Siete veces re­coge el primer capítulo de la Biblia la frase “y dijo Dios”. Para crear la luz, la tierra, los mares, los con­tinentes. Tan poderosa es la palabra que, según el apóstol Juan, la palabra es Dios, se hizo carne y habi­tó entre nosotros.

Hoy, también Y hoy, en estos días de pandemia y cuarentena, en que no podemos tocarnos, en que nos vemos a través de pantallas, solo nos queda la palabra, esa capaz de des­truir y de construir, esa que lo puede todo.

Cuidado Cuidemos nuestras palabras, ahora que muchos lleva­mos por dentro tormentas y huracanes, que nuestra boca construya, contribuya, ayude, sane, dé aliento y esperanza. Cuidado con canalizar el miedo y la frus­tración con explosiones de cólera, contra los más cer­canos o contra el mundo. Hoy, más que nunca, cuán­to pesa una palabra. Si nos ponemos a ver, es lo único que permanece igual, lo único que aún tenemos.

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