COSAS DE DIOS
Dar más
Soy madre de tres hijos. Cuando los veo preparar postres, que mi hija llama “inventos de cuarentena”, pienso en otros hogares. Nos hemos quedado en casa, pero el dinero permanece fuera para quienes se ganan la vida en las calles, ahora, casi desiertas. Y, me pregunto, ¿qué pasará después del coronavirus? ¿Surgirá una crisis alimentaria? ¿Habrá despidos masivos? ¿Hacia dónde marchará este mundo, en términos económicos, cuando acabe la pandemia? ¿Cómo afectará esto nuestro entorno social? ¿Provocará estallidos? ¿Aumentará la violencia y la delincuencia? ¿Qué podemos hacer al respecto?
Como dice un escrito, que en estos días circula en la redes, del capitán que decidió exigirse más a sí mismo cuando quedó atrapado durante cuatro meses en su barco debido a una cuarentena, de ese mismo modo, en lugar de preservar el dinero en el bolsillo, ante la incertidumbre, este es un momento para dar más. ¿A quién?, me preguntará usted. Al que esté más cerca, le respondo yo.
El hecho de que las iglesias permanezcan cerradas y las personas que piden en las calles se encuentren lejos de nuestros ojos, puede llamarnos a engaño. Nos decimos: “No sé a quién ni cómo ayudar.” Otra excusa fácil es “yo tampoco estoy boyante, mis ingresos mermaron”. Así, nos justificamos, sin remordimientos.
Pero hay opciones. Gracias a que la salida más frecuente, ahora, es al supermercado, le sugiero que si antes iba dos veces por semana y esa frecuencia se redujo a una vez cada 14 o 21 días, sume la propina que entregaba en sus múltiples visitas y entrégueselas, como una sola, a quien le lleve los paquetes. Sea generoso. Piense en la necesidad que debe tener alguien para salir a trabajar en medio de esta crisis de salud, simplemente, está arriesgando su vida.
Otra opción es empezar por casa. Pague los sueldos de los empleados domésticos aunque no esté recibiendo sus servicios, por la situación actual. No se le ocurra reducir el salario de gente que necesita cada centavo, si puede hacer el sacrificio, dele algo extra. Haga lo mismo con vigilantes, choferes, hermanos de la iglesia o cualquier pariente en situación de precariedad.
Para quienes son católicos, como yo, les exhorto a investigar la cuenta de banco de su parroquia y depositar el dinero de la ofrenda, que acostumbraba a dar cuando asistía a misa, con esa especificación “ofrenda”. Recuerde que de las ofrendas se mantienen las parroquias y, aunque las misas no se estén celebrando con público, deben pagar servicios como agua, luz, personal administrativo, etc. Y los sacerdotes, ahora más que nunca, también necesitan suplir sus necesidades para poder servir a sus feligreses, como lo están haciendo, pese a tantos desafíos.
Así que, en medio de esta crisis de salud, que se traduce en una crisis económica, no caiga en la tentación del egoísmo, seamos solidarios, por nuestro bienestar y el de nuestras familias, contribuyamos al sustento de quienes más lo necesitan, en lugar de pretender ahorrar un dinero que no sabemos si podremos gastar. Este es el momento, si se pregunta qué puede hacer para paliar los efectos de esta pandemia en la humanidad, la respuesta es simple: ayude a otros y a sostener su iglesia, que sin la fe no salimos de este trance, haga como el capitán en cuarentena, esfuércese, dé más.