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REFUGIO FILOSÓFICO

Salir de la caverna

El mito de las cavernas es tan conocido como el mismo Platón. El autor, en su libro La República, hace una alegoría para explicar cómo actuamos ante el conocimiento y lo desconocido.

La historia es más o menos así. Veamos: Unos hombres están prisioneros en una caverna. Están atados por el cuello, ni siquiera pueden girar la cabeza, sólo pueden ver el fondo. Detrás de ellos hay una hoguera que ilumina todo el lugar y un pasillo por el que circulan personas con todo tipo de objetos. La sombra de ellos se proyecta en la cueva y quienes están encadenados es lo único que pueden ver, por lo tanto, confunden el reflejo con lo real.

Un prisionero es liberado y logra ver otra realidad; un mundo magnífico, lleno de árboles, animales, paisajes. Feliz con su descubrimiento, vuelve con sus antiguos compañeros para contarles todo lo que se encuentra fuera y decirle que lo que ellos ven en el fondo son simples sombras.

Los presos se burlan del hombre y creen que la luz le ha cegado. Para demostrar la veracidad de su hallazgo, les quita las cadenas a los demás, pero éstos se niegan a salir, incluso amenazan con matarle.

Siempre me ha gustado este relato, pero constantemente me cuestiono: ¿Es posible salir de la caverna?, ¿nos alejamos de una para pasar a otra?, ¿puedo convertirme en mi propia caverna?, ¿puede qué, si me aferro a una idea, signifique que esté también en una especie de gruta?, ¿aferrarme a un pensador o pensadora, es también estar encerrada?

Recuerdo que un profesor decía, y con mucha razón, que en filosofía hay que aprender “el arte” de entrar en un filósofo o filósofa, pero también de escapar.

Pienso que, quizás, porque no estoy segura, en el único momento que podemos sentirnos en el exterior es ese instante en que salimos para entrar a otra.

Ahora que estudio filosofía, trato de estar atenta de la “caverna” a la que ingreso y de la que me marcho, pero confieso que es difícil lograrlo. Hago el ejercicio, insisto, aunque con pocos resultados.

Huir de las sombras y el reflejo requiere de sacrificio, trae angustia y, a veces, hasta tristeza, porque nos enfrenta a lo desconocido, pero una vez entras percibes la existencia de manera distinta, nunca nada será igual.

Platón con esta alegoría nos invita a escapar de nuestras creencias, de dejar de aceptar que las cosas son así porque sí. Urge comenzar a salir de la de la caverna, por ejemplo, del mal ejercicio político para empezar a exigir una nueva forma de gobierno, sin corrupción, donde las autoridades estén comprometidas con el bienestar general.

Salir de la caverna del machismo, del totalitarismo, del racismo, de la homofobia. Hay que huir de la queja, de la mediocridad, de la envidia. De desear que los otros hagan lo que les compete, pero no hacemos nada para cambiar las cosas.

Tenemos que reconocer que estamos encadenados y sometidos a ciertas estructuras condicionadas, que somos manejados como rebaño por los sectores de poder que impone lo que está bien y lo que no.

La filosofía se ha convertido en mi recurso para estar en una constante escapatoria, entras a todo un universo donde hay para escoger, y que luego, como el prisionero que salió, te florece esa urgencia imperante de decir a los demás eso que hemos descubierto.

Yo lo hago tratando de escribir cada domingo. Esta salida es mi modo de decirles que otra forma de vida puede ser pensada en solitario y/o acompañado. Una gran racionalidad, un disfrute de vivir el ahora y lo mejor de todo es que lo he elegido, nadie lo ha hecho por mí.

Sobre la autora

Quien escribe este artículo es Licenciada en Comunicación Social, mención Periodismo, con maestría en Comunicación Corporativa, especialización en Marketing y diplomados en Ética. En la actualidad, es estudiante de Filosofía en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.