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COSAS DE DIOS

Orden pasito a pasito

Nuestras fallas suelen estar asociadas al desorden, al caos que, sin darnos cuenta, vamos construyendo y que empieza por cosas simples. Lo pude observar en mi propio entorno.

Pequeños regueros

Empecé por mi habitación, organizando esos pequeños regueros que se crean pese a que, en apariencia, la casa luce ordenada. Me refiero a la bandeja llena de papeles sin archivar; la zapatera con los zapatos colocados a la carrera, uno encima del otro; la mesita colmada de documentos que nos hemos propuesto ordenar mil veces. También, las gavetas y el armario o, en el resto de la casa, las cacerolas viejas de la cocina que no hemos botado o regalado; los alimentos y medicinas caducos y las plantas secas, que mantenemos en un rincón sin decidirnos a echarlas a la basura.

¿Y por dentro?

Y como cuando Dios pone algo en tu corazón, nada es casual, ordenar los objetos materiales me ha llevado a pensar en cuánto reguero espiritual debo tener por dentro. En los sentimientos tirados, unos agobiando a los otros, como mis zapatos. En las plantas marchitas del alma, que sigo sin decidirme a lanzar a la basura. En la mesita llena de papeles que andará en el rincón de mi corazón, tan en desorden que, como no sé lo que tengo ahí, a lo mejor no descubro mis potenciales, los sueños que Dios ha escrito en él para que yo los descubra y los haga realidad. Cuántas cacerolas inútiles tendré estorbando dentro de mí, que me impiden encontrar aquellas nuevas en la que debo cocinar mi vida de ahora en adelante. Pero no hay que salir corriendo. Debemos ir por partes.

Despacio

Pero resulta una estupidez intentar arreglar en un día nuestra casa, esa que llevamos años llenando de trastos, ni pretendamos abordar dos áreas juntas, empecemos poniendo orden en un rinconcito. Primero, la bandeja. Luego, la mesita. Después, los zapatos. Al día siguiente, las cacerolas, y así hasta ordenarlo todo. Igualito con el alma.

En un retiro

Nadie puede pretender cambiar en el primer intento. Podemos pedir a Dios que restañe heridas, sane traumas, y, de nuestro lado, tomar decisiones, asumiendo compromisos de mejoras. Dar pasos como iniciar una rutina de oración diaria, que será el faro que nos guie, aceptar la responsabilidad de nuestras vidas a partir de hoy. Y procurarnos experiencias, como los retiros espirituales, en los que Dios nos dice justo lo que necesitamos en el momento en que vivimos. Por cierto, en el último al que asistí, en la Casa de la Anunciación, me mandó a poner orden en cada rincón de mi vida, pasito a pasito.

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