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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Nadie es profeta en su tierra

Hace unos días me enteré de una historia que, aunque es graciosa, en el fondo es peligrosa y hasta de consecuencias no muy halagadoras. Se trata de un dominicano que se gana la vida vendiendo “chucherías” dentro de las guaguas de pasajeros o en los semáforos, y que después de tantos años realizando este trabajo ahora ha tenido que recurrir a un modelo inusual de ventas.

Nuevo mecanismo El colmo es que para poder ganarse el favor de la gente se hace pasar por venezolano, pues se ha dado cuenta de que, por diversas razones, estos logran mayores ventas, no importa cuáles sean los productos que distribuyan. La situación por la que atraviesa su país y hasta el físico hace que los dominicanos se solidaricen con ellos y se olviden de darles la mano a sus compatriotas.

Hasta él se ríe “No es fácil vender ahora con tantos venezolanos en las calles. No me ha quedado de otra que hacerme pasar por uno de ellos”, le confesó un vendedor a dos personas que compartieron con esta servidora, lo que a ellas les pareció una mala señal. Al sentirse descubierto no le quedó otra alternativa que admitir que es un dominicano con acento de un “chamo” que busca vender su mercancía en su propio país.

Nadie es profeta en su tierra Con esta anécdota cobra sentido esta frase, y a la vez se demuestra que la presencia de los venezolanos en el país se impone cada día más.

No es que abandonemos nuestro sentido de la hospitalidad, pero ello no quiere decir que para solidarizarnos con ellos haya que subestimar a nuestros propios paisanos. Así no se hace patria. Da vergüenza que tengamos que quebrantar nuestra identidad para ganarnos el sustento dignamente.

Viaje fabuloso a nuestras raíces Con esta inquietud, transporté al protagonista de esta historia a una ciudad fabulosa donde no hay que abandonar sus raíces y su identidad para lograr que su propia gente crea en lo que hace, en lo que piensa y en lo que busca lograr.

Allí no hay competencia. El sol sale para todos. Con un discurso nada rebuscado y con empoderamiento logran calar en el gusto de sus clientes cuando de vender su mercancía se trata. Por nada del mundo abandonan su esencia.

Le imprimen su acento de orgullo patriótico a todo lo que hacen. Al volver a la realidad se dio cuenta de que aun estamos a tiempo de defender lo poco que nos queda de nuestra media isla.

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