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PATINAJE

Los skaters de Cuba sobreviven con donaciones y sueñan con Tokio-2020

Sin apoyo oficial, con pocos recursos y muchas veces asediados por la policía, los skaters de Cuba patinan con tablas donadas sobre rampas artesanales, pero confían en que el debut olímpico de este deporte extremo en Tokio-2020 revierta su situación.

"En 2020, el skate va a los Juegos Olímpicos en Japón y nos viene a la cabeza como que podríamos mejorar, a lo mejor el gobierno nos presta más atención", declara a la AFP Ariel Gómez, de 28 años, en el "skatepark" de Ciudad Libertad, en el oeste de La Habana.

Este fanático del monopatín acude al parque a asesorar a jóvenes que se inician en el skateboarding, con la "meta" de que "este deporte crezca en Cuba". Pero, aunque tiene cientos de seguidores, el skate no es un deporte oficial en la isla.

Y sin federación, entrenadores ni espacios adecuados, es imposible que los skaters cubanos puedan competir en los torneos clasificatorios para Tokio-2020, como el que tendrá lugar en Los Ángeles del 23 al 28 de este mes.

"Hemos tratado de hablar con el gobierno bastante, de reunirnos con el Inder (Instituto Cubano de Deportes), para que nos den un espacio, pero nunca nos han dado", se lamenta Gómez.

Además, en un país donde el salario promedio mensual ronda los 50 dólares -tras el aumento de julio- "no hay tiendas (...) donde puedas comprar" los implementos deportivos, se queja Roberto José Torres, de 22 años.

En el mercado negro los precios son altos. Una tabla cuesta entre 50 y 100 dólares.

"A base de donaciones"

Che Alejandro Pando (46) fue pionero del skate en Cuba a comienzos de los años 80, una década después de que se pusiera de moda en las calles de California.

"Tenías que hacerte las tablas y estar inventando con las ruedas a ver cómo rayos las hacías, usando cajas de bolas (rodamientos) de batidora rusa", recuerda este artista del tatuaje.

Y "prácticamente sin contacto con el enemigo imperialista (Estados Unidos), hasta los trucos (las piruetas) nos los imaginábamos", agrega.

Poco después llegaron las primeras tablas importadas y videojuegos que sirvieron de manuales, pero el skate cubano no ha tenido tiempos de vacas gordas.

Desesperado por la falta de materiales, Ariel Gómez lanzó en 2010 una maniobra, pero de mercadotecnia: "Empezamos a grabarnos videos y a publicarlos en internet, pidiendo como ayuda, que todo el que (...) tuviera la posibilidad de traer cosas, estaría muy bien".

Su mensaje caló en una comunidad mundial que opera como una fraternidad masónica, y los skaters de América Latina, Europa y Estados Unidos multiplicaron sus viajes a la isla y también sus donaciones.

"Todo es a base de donaciones", e "incluso hemos recibido donaciones monetarias", precisa.

"Sueños con Tokio"

Con esos fondos están construyendo el parque dentro de uno de los edificios de Ciudad Libertad, el otrora cuartel militar que la revolución de Fidel Castro convirtió en escuela en 1959.

"Encontramos este lugar abandonado, que estaba lleno de basura, lo limpiamos y empezamos a construir, así hemos llegado a tener un parque", cuenta Gómez. A diferencia de los majestuosos recintos en donde los patinadores escuchan música aislados unos de otros en sus audífonos de alta fidelidad, en la isla aún reina el contacto humano, la risa y las piruetas con escasa protección.

Es un "espacio creado por patinadores para patinadores", comenta Pando, marcando la diferencia con otro construido por las autoridades en La Habana, que consideran "un desastre".

Sobre un suelo liso de granito por el que se deslizan a velocidades supersónicas, han levantado rampas y obstáculos de hormigón, ideales para practicar saltos. Un skatepark artesanal y hasta ahora tolerado por las autoridades.

Sin embargo, en la calle la situación es otra. "No se puede patinar por la calle", porque "nos detienen, nos llevan para la estación (de policía) y nos ponen multas", dice Raúl Ortega, de 19 años.

Un grafiti pintado en un muro del parque estatal evidencia ese asedio. "Fuck police", se lee en grandes letras rojas.

La inclusión del skate en el programa olímpico ha hecho soñar a los skaters cubanos con el reconocimiento oficial de este deporte, pero también con la posibilidad de representar a su país bajo los cinco anillos.

"A lo mejor yo mismo, Raúl o cualquiera, podemos estar un día en los juegos y ganar", dice Arián Rendueles, de 16 años, amigo de Ortega.

Con cautela, Gómez advierte que el skate tiene "mucho nivel en el mundo" y en Cuba "años de atraso".

Y el Che Pando, aunque considera que "hay calidad suficiente para representar a Cuba", duda que "la imagen de estos patinadores callejeros", con "tatuajes, piercing, pelo largo y que toman (alcohol), le cuadre (sea aceptada)" a las autoridades.